Foto: Andres Pérez
Fundamental escritora nacional, y acaso la más célebre tallerista, acaba de publicar un volumen antológico que reúne la totalidad de sus cuentos. En charla con Culto habla por qué le gusta escribir cuentos, su gusto por mantenerse fuera de los círculos literarios nacionales, y el feminismo. Además, comenta que pese a haber integrado la terna final del Premio Nacional de Literatura, ella no fue candidata.
No había tiempo que perder. La urgencia del mensaje hacía que la plataforma de difusión fuera algo completamente secundario. Lo importante era el tejido de las palabras para remover las conciencias de los manifestantes. Corría mayo de 1983, y se desarrollaba la primera jornada de protesta nacional contra la dictadura, organizada por la Confederación de trabajadores del cobre.
Impresos con la velocidad que solo tienen aquellos que se saben jugando la vida, los voladores panfletos que circularon de mano en mano y del aire al aire, traían un cuento. Acechos, se llamaba, y hablaba de una joven pareja que termina siendo allanada en su domicilio por agentes del Estado. Quien había escrito ese breve relato era una joven oriunda de Melipilla, Pía Barros Bravo.
No solo ese cuento tuvo la experiencia de ser publicado en un formato diferente al del libro. Pasó con otros también. De ese modo se fue generando una dispersión editorial que en este 2022 vino a ser solucionada con Una antología insumisa, que acaba de publicar la Editorial USACH, que compila la carrera de la destacada autora nacional.
Premio Altazor 2011, esencialmente cuentista, y referente máximo de los talleres literarios nacionales, Barros asocia esa dispersión a su propio modo de entender la producción cultural. Hoy, con 66 años, se conecta a una sesión Zoom con Culto y mira hacia atrás. No piensa mucho las respuestas, usa la seguridad que dan las convicciones y los años: “Si, bien, hay muchas cosas dispersas, yo he tratado de ser una escritora que se aleja de la industria cultural, siempre he estado más metida en el movimiento cultural que en la industria cultural. He publicado en editoriales alternativas, editoriales pequeñas. Por ejemplo, la segunda edición de mi primer libro salió en Uruguay, en la editorial de los Tupamaros. Puras cosas raras, no son circuitos tradicionales de difusión”.
¿Con qué tiene que ver ese interés por publicar fuera de los círculos corrientes?
Es una forma de vida que está fuera de los cánones usuales. Todo mi trabajo ha sido en talleres literarios, y ha tenido que ver con la democratización de la escritura, democratizar los espacios culturales, creer en los centros de comunidad, mucho más que en el individuo. Todo lo que he hecho tiene que ver con eso, y he tratado de ser coherente y consecuente. Esto yo nunca lo consideré una carrera literaria, me da pudor ese tipo de cosas. Yo escribo, punto, como tantas otras cosas, y soy feminista como tantas otras. No funciono en lo central, sino en los márgenes. En lo que está al lado. No en la autopista, sino en la caletera. Lo asumo y me gusta, política y socialmente.
Acaso por ese mismo espíritu de mantenerse al margen, Pía Barros ha visto cómo han sido otras quienes tomaron la iniciativa de generar un proyecto que compilara su trabajo. Así fue cómo nació Una antología insumisa. “No fue idea mía, sino de Macarena Lobos y Andrea Jeftanovic. Macarena hizo un doctorado en España acerca de mí, así que yo digo que ella es la que más sabe sobre mí, ni yo. Estos son textos que ya no estaban circulando, fue un abrazo al ego que ni te explico, así que estaba recontenta”.
Volvamos un poco a los orígenes, ¿Cómo era publicarse en los 80?
Nosotros sacábamos dípticos, panfletos que los repartíamos en mitines, marchas, o cosas similares, y sacábamos libros o cosas más unitarias con un tremendo esfuerzo, con imprentas que se atrevan a imprimir tu libro, porque a veces los libros los secuestraban desde las imprentas, no era fácil. Entonces, no solo era un modo bastante precario de imprimirlos, también de venderlos y distribuirlos, para recuperar la plata que una había pedido prestada. Hoy en día no estamos tan lejos de eso, lo que pasa es que se encubre la precariedad de los autores que pagan por su edición. Yo no me atrevo a calificarlo de indigno, ni mucho menos, pero es la manera que tiene la gente de entrar en los circuitos y tener publicaciones. La precarización de la escritura no solo ha estado en dictadura, sino que desde hace mucho tiempo, sobre todo en aquellos que no escriben cosas comerciales, o lo que la editorial te pide que hagas y que supuestamente es lo que se vende. Yo escribo cuentos, y mientras más breves, mejor, es un género que a las editoriales no les interesa, les importan las novelas. El público que compra libros sí le interesa el cuento, yo vengo de una generación que no tenía mucho tiempo para escribir novelas, era todo inmediato, todo rápido, todo aquí y ahora. Con la democracia llegó el tiempo de las novelas.
Usted ha escrito fundamentalmente cuentos, ¿por qué le acomoda el formato?
Es lo que más me gusta, creo que es lo más desafiante. Tiene que ver con la velocidad en la que vivimos, yo siempre he asociado la literatura a los viajes. Si antes te demorabas 3,4 meses en llegar a un lugar necesitabas el libro de 1.500 páginas. Hoy es en día es difícil leer libros gordos, porque el tiempo de los viajes es mucho más corto. Mientras más breves los textos, son más cercanos al “público lector”, porque están más cercanos a esa velocidad de viaje. ¿Por qué Santiago en 100 palabras tiene el impacto de 50 mil personas mandando cuentos? Porque la gente sí escribe y sí lee en esos términos, que es lo que dura el trayecto entre una estación a otra, en la que te demoras 1, 2 minutos. Además, nuestro tiempo de atención neurológica es cada vez más breve. A mí me interesa el cuento porque nada puede sobrar, todo tiene que tener una función. Es como la novela negra, no puedes tener un cuchillo si no lo vas a ocupar.
Hay cuentos suyos como Acechos, donde se metió en la contingencia de la época, en dictadura. ¿Es importante para usted que la narrativa actúe como una especie de testimonio de una era?
Creo que lo hace aunque lo evite. Toda narrativa es testimonio de su época aunque no busque la cosa periodística del registro. Eso está alejado de la narrativo. Ahora, no pretendo ser cronista de mi época, yo solo escribo ficción desde lo que yo veo y siento, tengo esa limitación, soy solo yo. No soy una iluminada.
En su cuento Artemisa, usted cuestiona el rol tradicional materno, y muestra a una mujer descontenta por tener que amamantar
Ese cuento fue muy vilipendiado en su minuto…
¿Por qué?
Porque muchas pensaban que era lo peor que una mujer escribiera sobre los horrores de amamantar. En la sociedad se encuentra esta idea estúpida de que la maternidad es inherente. Mentira, la maternidad es aprendida. Es una cultura. A mí me gustaba cuestionar esto. Yo amamanté a mi hija más de un año, es un animal pegado a ti, que depende de ti, te da ternura, te da rabia, te da horror parecer vaca lechera. Entonces yo no quiero escribir sobre las buenas mujeres, sino sobre las mujeres. Y las mujeres somos multiplicidad de sensaciones y de hormonas que te permiten amamantar, pero también te dan ganas de matar.
Ese cuento es de 1990, y hoy hay literatura donde se repiensa la maternidad, como La hija oscura, de Elena Ferrante, o Los abismos, de Pilar Quintana. ¿Qué le parece que el tema se esté poniendo en el tapete de la literatura actual?
Hace 30 años tenía el mismo valor. Es un tema que está ahí, que de nuevo se ponga en boga me parece legítimo. En Chile, la primera mujer que escribió sobre la masturbación fue María Elena Gertner, en la década del 50. Mi generación no inventó nada, ni fue precursora de nada, ya lo habían hecho otras mujeres antes. Yo creo que está todo escrito, en muchos casos de forma menos frontal si quieres. Está todo hecho y lo volvemos a reescribir mil veces, lo que pasa es que las mujeres no teníamos visibilidad ni voz. Salvo que nos asemejáramos a lo que se espera de nosotras, que escribiéramos cosas familiares, que escribiéramos literatura infantil. Yo no hacía lo esperado, pero antes que mí, hubo otras que tampoco lo hicieron. Otras mujeres trabajaron el horror de ser mujer, Marta Brunet, por ejemplo. Su cuento Soledad de la sangre es un texto que todo el mundo debería leer. Hoy se consideraría rupturista, pero ella lo hizo en 1967.
En sus relatos también trata el erotismo en las mujeres. ¿Por qué le llamó la atención trabajar ese aspecto?
Porque las mujeres siempre hemos sido contadas por hombres. Yo siempre he pensado que era rara y distinta porque no sentía lo que se decía que tenía que sentir. Además, durante la dictadura todas tocamos el tema del erotismo, no fui la única. Era más notorio en poesía, pero siempre que en una sociedad hay cultura de la muerte, hay una respuesta desde el erotismo. Mientras más represiva sea una época, mayor desarrollo va a haber de una escritura erótica. El erotismo es un modo de mostrar una cultura de la vida combatiendo la cultura de la muerte. A mí me interesaba hacerlo distinto, no sé si lo habré conseguido. Mi idea era contar un poco más desde lo que me contaban otras mujeres, desde lo que yo misma vivía, y desde lo que yo podía percibir. El erotismo de las mujeres no siempre es gozoso, es una erótica del desencanto, del desarraigo, del desamparo, y esa es la que me interesaba mostrar.
Usted también ha desarrollado una importante labor como tallerista. ¿Qué siente cuando ve a alumnas suyas como Nona Fernández, Andrea Jeftanovic o Alejandra Costamagna hacerse un nombre en el panorama literario chileno?
Cada vez que alguien que estuvo en mi taller saca un libro, siento un tremendo honor de haber sido parte de eso. Me siento muy contenta. Pertenezco a una cultura feminista no competitiva, entonces no pienso en el codazo, pienso en la maravilla y en la celebración que significa que cada vez más personas estén entrando en un mundo que para mí significó un espacio de libertad. Te da un orgullo, una cosa bastante pudorosa pero intensa también. En el fondo, es ayudarle a alguien a encontrar su sonido, un taller te enseña solo técnicas, pero cuando una de esas personas sale y encuentra su sonido propio, y elabora lo más lejano a una que se pueda, para mí es un orgullo gigantesco. Yo lo paso chancho, siento que todos son mis hijas e hijes.
¿Sigue teniendo contacto con sus exestudiantes?
Con la Nona estamos en Autoras Chilenas, el AUCH! Además, he creado grandes amigas a través de los años, gente que quiero mucho y con estilos totalmente diversos unas de otras. Con la Andrea Maturana nos chateamos de vez en cuando, para mí, son parte de mi historia, son parte de mi vida.
Usted estuvo de candidata para el Premio Nacional de Literatura este año. ¿Qué sensación le deja haber estado en esa instancia?
Yo no fui candidata. Me negué a ser candidata. Que hayan puesto mi nombre después, eso fue otra cosa. Me mencionaron por meter gente al baile.
Pero usted estuvo en la terna final…
Sí, lo sé. Pero yo no fui candidata. No me presenté ni acepté que me presentaran tampoco. Es un honor muy simpático de parte de todo el mundo, que pongan mi nombre lo encuentro muy agradable. Pero no (ríe).
¿Y por qué no quería ser candidata?
No tengo la capacidad emocional para resistir las malas ondas. Soy más bien de bajo perfil, entonces esas cosas no me interesan mucho. Creo que a todos nos interesa tener un sueldo mensual que vendría súper bien, pero honestamente me parece de una vulgaridad extrema lo que han hecho algunos colegas criticando el premio al negro Rivera Letelier, que se lo merecía. Además al Ramón (Díaz Eterovic) que también era candidato, lo amo. De hecho, todos los que estaban este año son gente que amo mucho, porque eran mis amigos de generación. Estaban Antonio Gil, Juan Mihovilovic, gente que quiero y respeto mucho. Entonces no me parece que la pongan a una a batir huevos ahí. No tengo capacidad para ser candidata de alguna cosa.
¿Siente que su trayectoria merece más reconocimiento del mundo literario nacional?
Siempre me he considerado muy privilegiada, me siento parte de un gremio de mujeres escritoras. Nunca aspiré a nada, todo me parece fantástico y no soy arrastrada ni guata de piso ni mucho menos. Todas hacemos un trabajo lo mejor que podemos. He tenido voz y derecho a micrófono, y muchas escritoras tienen muy poco reconocimiento, por ejemplo Sonia González Valdenegro, que para mí es una escritora grandiosa. A ella no se le entrevista como se debería, además de ser una persona brillante.
Escrito por: Pablo Retamal N.