Andrea Jeftanovic

En estos últimos meses nadie ha quedado indiferente a “Lastesis”, el colectivo interdisciplinario de mujeres que, a través de la performance, ha instalado las problemáticas de género en el escenario público. Su performance «Un violador en tu camino» se transformó en un fenómeno nacional y global, realizado por mujeres jóvenes y mayores, en distintos puntos del mundo como Estados Unidos, Francia, Turquía; entre otros. La mencionada intervención les valió el Premio Especial del Comité de Danza y Comité, del Círculo de Críticos de Arte de, quien argumentó su distinción por “la acabada investigación instalada el cuerpo femenino en la vía pública como vehículo subversivo ante la normalización de la violencia contra la mujer. Es una acción que plantea interrogantes sobre el rol que pueden cumplir los lenguajes escénicos como herramientas para profundizar en discursos y discusiones relevantes en el proceso que vive el país”.

Pero “Lastesis” no nacieron el año 2019, sino en 2018 en Valparaíso, y se trata de un grupo interdisciplinario (artes escénicas, historia, diseño) compuesto por Lea Cáceres, Sibila Sotomayor, Dafne Valdés y Paula Cometa Stange. Y, antes de su reconocido trabajo “Un violador en tu camino”, ya habían explorado en una audaz fórmula que cruza teoría, cuerpo y feminismo, en la pieza “Patriarcado y Capital es alianza criminal”, que se pudo ver la semana pasada, en salas del GAM, en el marco del Festival Santiago Off.

Esta vez se trata de una puesta en escena en pequeño formato que vincula reflexiones teóricas en una performance sonora – visual con apoyo multimedia. En este caso, se cuestiona la relación entre el sistema económico-social capitalista con los cuerpos explotados de las mujeres, o de qué manera la historia patriarcal es el origen de toda violencia. La intervención se abre con las cuatro integrantes vestidas con sus características jardineras rojas, camisetas negras y bototos negros alrededor de una mesa que hace de gabinete de trabajo de labores en serie. Una de ellas hilvana mecánicamente en una máquina de coser Singer, otra reproduce un panfleto desde una pequeña impresora que timbra y dice “El capitalismo se basa en la esclavitud femenina laboral, sexual, reproductiva”. Además, hay una radio rosada marca Barbie, un pequeño maniquí. Dos de ellas, micrófono en mano y con pequeños pasos, pronuncian textos mientras imágenes de la industria publicitaros se proyectan al fondo del escenario.
Más que obras convencionales, con personajes y tramas, se urden materiales culturales que se escenifican desde su análisis y postura. Por ejemplo, cuando, con su ojo agudo, exhiben un programa televisivo infantil en el que un grupo de infantes corea una canción cuya letra afirma que hay niña que no puede hacer cosas, como salir a jugar, porque debía limpiar, coser, lavar; y luego su rutina vital termina en un rezo. De este modo, se evidencia que en el juego, en la más temprana edad, que parece fútil, se naturaliza la dominación a la mujer y su destino a desempeñar tareas domésticas no retribuidas, necesarias en la vida cotidiana, pero no repartidas entre los géneros.

También hay espacio para presentar ideas del marxismo, y refutarlas, de Michel Foucault y el control de cuerpo, de Silvia Federici, del libro “Calibán y la Bruja” y de Rita Segato. Todo esto a ritmo de percusión, que se van vociferando entre coreografías e imágenes. Al escuchar las ideas que se despliegan también se entra en conexión con el malestar que ha movilizado el llamado “estallido del 18 de octubre”. Por ejemplo, cuando se corea la frase “Hey tú, propiedad privada, mi cuerpo no será más el sostén capitalista”, o bien, “No se puede entender/ no se puede entender el capitalismo sin saber que se basa en la esclavitud del cuerpo de las mujeres, sexual y reproductiva”. Y, además, se entra en las distorsiones que introduce la cultura patriarcal en el territorio del cuerpo de las mujeres para desplegar en ellos las estrategias del poder (“El macho busca, la mujer recibe).

Al mismo tiempo, en el texto se menciona que las grandes hazañas y conquistas de la historia han necesitado un trabajo invisible abocado a los cuidados (criar, limpiar, cocinar). Y que, además, toda sociedad machista es violenta, opresiva y discriminatoria para las mujeres en todos los ámbitos tanto de la vida pública (mercado de trabajo, medios de comunicación, política, educación) como en la privada (familia, relaciones de pareja). Y, subrayan que el machismo no es una conducta individual, sino algo que se perpetúa a través de las instituciones sociales, económicas y culturales.
El colectivo Lastesis quizás no hacen teatro convencional, pero han inventado una fórmula para llevar ideas del campo teórico, restringida a intelectuales, a múltiples audiencias por medio del cuerpo. Logran que el cuerpo subyugado de las mujeres, cubierto, maltratado, mercantilizado y más, se transforma en una herramienta de protesta y denuncia.

En esta primera intervención hay más espacio para el ensayo y menos para la coreografía, pero es un espectáculo que cuestiona la explotación económica, y en especial, contra las mujeres. En la segunda intervención, “El violador en el camino”, funcionó como una catarsis, un grito de guerra con ideas reveladoras para comprender las dinámicas psíquicas, sociales y culturales que se relacionan con la violación. Y, consecuentemente con sus principios de conocimiento democrático, sus sagaces intervenciones están al alcance de todos: se pueden memorizar y realizar y así empoderar exponencialmente a quienes pocas veces tienen voz. Lúcidas y consecuentes han abocado por las ideas y la creatividad. Están haciendo historia y su trabajo ha condensado de modo magistral las demandas de un momento bisagra que anhela no retoques sino cambios de paradigmas.