Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán
La narrativa de la escritora, académica y socióloga Andrea Jeftanovic (Santiago, 1970) está marcada por una crítica ácida y constante hacia las relaciones familiares y de pareja. Y no por un afán intencionalmente pesimista respecto al ser humano sino porque éste siempre ha tenido un escondido lado oscuro. Jeftanovic, con valentía, intenta ver de cerca esa extensa zona de sombras. La autora chilena vino a Lima para presentar su libro de relatos No aceptes caramelos de extraños (2011) en la XXXII Feria del Libro Ricardo Palma, la más tradicional del Perú. En este conjunto bien trabajado de once cuentos podemos descubrir el profundo miedo de unos padres ante la posibilidad de perder a su hijo (Marejadas), los celos excesivos y aterradores de un niño ante su hermanita recién nacida (Primogénito), la incorporación de la infidelidad y la tecnología a la rutina de una pareja mayor aburrida de sí misma (Medio cuerpo afuera navegando por las ventanas), la inesperada relación que establecen la perturbada amante y la amable esposa de un hombre casado (Mañana saldremos en los titulares), o cómo la inestable vida de un hijo de guerrilleros chilenos termina pareciéndose a la de sus padres más de lo que alguna vez imaginó (La necesidad de ser hijo).
Por otra parte, es autora de las novelas Geografía de la lengua (2007) y Escenario de guerra (2000. Tras leerla, uno se pregunta: ¿cuánto mal pueden hacerle los padres a los hijos cuando los primeros no han superado sus traumas más profundos? ¿Deberían ser padres personas que no pueden brindarle una vida normal y psicológicamente saludable a sus hijos?). Del mismo modo, ha publicado Conversaciones con Isidora Aguirre (2009), libro dedicado a una legendaria dramaturga chilena. Dentro de su producción literaria, Jeftanovic ha escrito, también, una crónica deliciosa y reflexiva sobre su estancia en una residencia de escritores en la ciudad natal de Miguel de Cervantes, la mítica Alcalá de Henares, como parte del libro Crónicas de oreja de vaca (2011, en coautoría con la boliviana Giovanna Rivero y el argentino Juan Terranova). Y, finalmente, publicó el libro de ensayos Hablan los hijos (2011), donde analiza la visión que se tiene de la infancia en distintos textos novelísticos y teatrales escritos por importantes autores iberoamericanos.
Gracias a su talento narrativo, Jeftanovic ha recibido varios reconocimientos: primer lugar en los Juegos Literarios Gabriela Mistral y el Premio Consejo Nacional de la Cultura y las Artes a la mejor obra editada. Asimismo, este 2011 ha sido jurado, en la categoría de Novela, del prestigioso Premio Literario Casa de las Américas, en Cuba. Además, varios de sus inquietantes relatos figuran en numerosas antologías internacionales desde 1999. El siguiente e intenso diálogo -no solamente literario- con tan interesante escritora chilena se realizó durante la soleada mañana del último y peruanísimo Día de la Canción Criolla.
Muchísimas gracias por la entrevista, Andrea.
Encantadísima.
Tú eres hija de padres europeos y de raíces judías. Esta condición tuya, ¿cómo ha influido para tu sentir como chilena? ¿Cómo te sientes chilena con esos antecedentes biográficos?
Yo me siento plenamente chilena porque nací allí, es el lugar donde me formé, he tenido mi educación y todo. Pero, de todos modos, tener padres inmigrantes de primera generación marca. Y no te quisiera hablar sobre los tatarabuelos que llegaron de no sé donde. Yo veía a mis papás hablando otro idioma, comiendo otra comida. Incluso, el mundo cultural: yo creo que no conocían ni literatura chilena. No porque la miraran en menos sino porque uno su lectura la hace en la infancia y adolescencia, y los libros en mi casa están la mayoría traducidos, otros están en lenguas que yo no podía leer, obviamente. Eso sí, había una diferencia. Yo me daba cuenta, respecto a mis compañeros de clase, que habían otras referencias. Ahora, no era la única hija de inmigrantes. Pero en Chile hay menos inmigrantes que en Perú. Acá, por ejemplo, tienen la comida chifa. Hay un sincretismo que en Chile no. Hay grupos de inmigrantes que no se han integrado y, en teoría, culturalmente uno los conoce, pero la inmigración en Chile puede ser un poco más conflictiva porque es un fenómeno más minoritario.
Son grupos aislados.
Sí. Y son migraciones muy recientes. Mis padres europeos llegaron en la época de la Segunda Guerra Mundial, en el cuarenta.
Escapando de la guerra.
Sí. Y eso que mi madre es judía, pero mi papá era ortodoxo ruso. Por eso, el que tuvo más problemas fue mi padre. Porque los nazis, también, atacaron a los serbios. Mi abuelo murió en un campo y nunca se supo nada de su destino. Esa historia, bastante universal, de barbarie (campos de concentración, fosas comunes, fusilamientos) nos condicionó de una forma determinada. Lo mismo ocurre con las familias víctimas de las dictaduras en toda Latinoamérica.
Tu madre es búlgara.
Sí. Fue, primero, una migración medio traumática. Confieso, personalmente, que los primeros años fueron bien complicados para mí, como tema de la identidad. Por dos cosas: una, internamente, en mi casa, había dos religiones. Eso es un lío. No me imponía mucho. De hecho, fui a un colegio laico, pero es complejo para un niño vivir eso. No éramos fanáticos para nada de ninguna religión, pero hacíamos las tres fiestas. Incluso, las católicas. En Chile hay muy poca comunidad judía, entonces, había mucho prejuicio. Yo me acuerdo, de chica, de cosas que me decían mis compañeras o bromas de los profesores. Uno no tiene las herramientas para manejarlas. Y, todavía, yo diría que no es una comunidad muy bien integrada. Hay mucho prejuicio hacia los judíos. Mucho. Confunden los judíos con el gobierno de Netanyahu: no tiene nada que ver una cosa con otra. Tampoco me gusta Hamas. Yo sí estoy a favor del Estado Palestino, estoy a favor que lo reconozcan en la ONU y, también, me parece justo que el Estado de Israel exista. Uno de mis anhelos más profundos es que haya dos pueblos con dos Estados que vivan en paz, con dignidad, sin miedo, con respeto. Hay víctimas y culpables en ambos lados. Son horribles las muertes por atentados o por operativos militares. No creo en la violencia ni en las guerras, sí en las mesas de negociación, en hacer todos los esfuerzos necesarios para lograr la paz.
De niña, entonces, también aprendiste otros idiomas.
No. Craso error de mis padres. Hablaban como en secreto.
No querían que heredaras esa lengua.
No.
Te anularon una parte de tu identidad, también, al no transmitirte esa lengua.
De hecho, tomé muy mayor clases de serbo-croata: es muy difícil de aprender, como el ruso. Aprendí algunas palabras. Mis abuelos del lado de mi mamá hablaban ladino, búlgaro, mi abuelo con los hermanos, porque el mayor aprendió. Hablaban ladino, eso es más comprensible porque es como una raíz del español. Pero era, en los dos casos, un idioma para los adultos: cuando hablaban en secreto, cuando hablaban en la mesa. Hablarían de dinero o problemas, nadie aprendió. Ni mis primos. Yo lo lamento, me hubiera encantado tener más idiomas. De hecho, hablo inglés.
Te amplía la visión del mundo, también.
¡Claro! Y después he ido a los lugares y no tengo los idiomas, los tengo mínimos. A mí me encantan los idiomas, pero aprendí muy tarde. Conozco lo típico: inglés de la escuela y de mi estadía en Estados Unidos. Estudié portugués bastante, algo de francés -que me sirve para leer lo básico-.
Entrevistaste a Lygia Fagundes en portugués.
Sí.
¿Sentiste que se te hizo fácil?
Quizá no hablo tan perfecto, pero tengo comprensión casi cabal.
Hay muy buenos autores en…
¡Ay, sí!
…portugués, pero no llegan acá, por el idioma mismo.
Por el idioma. Yo leo mucho a (Clarice) Lispector, que ya está traducida, a (Antonio) Lobo Antunes en portugués, a Lygia Fagundes Telles. Brasil es un país, una cultura y una literatura que me gusta mucho.
Los mundos íntimos son un pequeño laboratorio
La vez pasada (año 2005) viniste, también, a presentar otro libro: Escenario de guerra.
Sí.
Ahora vienes a presentar No aceptes caramelos de extraños. Leyendo el libro uno percibe, básicamente, los temas de familia, niñez o relaciones con personas cercanas como los ejes del libro. ¿Te parece que es un terreno poco explorado en la literatura latinoamericana o al contrario?
Ha sido bastante explorado. Yo digo de los chilenos que nos creemos “los griegos de Latinoamérica”, por la tendencia -como lo hizo la tragedia griega- de mirar la complejidad de las relaciones humanas, de esos vínculos. No es que crea que es la única faceta de las relaciones interpersonales, pero puse a los personajes en una situación límite para iluminar esas zonas que nos explican, en parte, eso insondable que también nos habita.
El miedo transcurre por el libro. Es un libro de miedo en las relaciones íntimas, de familia.
Ustedes tienen un autor que escribe bastante sobre temas de familia, que vive en Francia, muy simpático, mitad asiático: (Ricardo) Sumalavia.
Enseñó en la Católica, de Lima.
Sí. Ahora, yo creo que el tema de la familia es bien latinoamericano. Por supuesto, dentro de esto hay gran temática y matices, de cómo se trata y todo eso, pero es una cosa que me interesa. A veces, confieso que me gustaría escribir cosas con más mundo externo, pero no me resulta. Así que mejor hay que ser honestos con lo que uno maneja. Uno se pregunta ¿por qué incluyo tan poco la ciudad? O tienen (mis personajes literarios) la ciudad como un mundo -como dices tú- de miedo, también. Ellos están encerrados, tienen un poco de miedo. Hay un contrapunto del adentro y el afuera, complicado, una tensión. En mi primera novela, también, entro en el tema de familia. Primero, me interesa mucho, y uno tiene que ser fiel a su universo, a su imaginario. Me interesa mucho el trabajo psicológico, psíquico, de las emociones, lo que ocurre entre pocas personas, en estos vínculos tan intensos, primarios. Creo que es una especie de laboratorio porque yo tengo muchos intereses ciudadanos, sociales, políticos, pero al momento de escribir me doy cuenta que soy mucho más intimista. No significa que esté escindido un mundo del otro. Me da la impresión que estos mundos íntimos son como un pequeño laboratorio, un pequeño escenario de lo que está ocurriendo afuera. Y veo en ese contraste a autores que, de pronto, incluyen mucho más la calle, los bares, la ciudad o macroeventos políticos. Pero ahí depende un poco de la sintaxis, del mundo que uno esté generando. Me interesa mucho desplegar una sintaxis emocional de los afectos y de la memoria de las personas.
Y quizá por eso los cuentos son tan impactantes. Porque con poco material, con pocos personajes, hasta cierto punto minimalistas, el efecto es muy intenso. Hay un efecto de profundidad. (Cuando) te ves a ti misma como lectora de tus propios libros, dices: “Sí, realmente, eso está bien fuerte”.
Sí.
Poderoso, literariamente.
Sí. Me sucede eso y hasta me produce un poco de vergüenza. Pudor, sería la palabra más exacta. Y no por una cosa moralista. Por ejemplo, me lo han preguntado en estos días: me mata el cuento del hijo, el segundo cuento, porque me genera pudor. Es que yo lo trabajo en la ficción, pero la gente lo lleva a la realidad y uno, también, vive en la realidad, así que uno no puede estar en una burbuja. Yo tengo hijos.
Dos, ¿verdad?
Sí, dos hijos. Yo creo que lo peor que le puede pasar a un ser humano es que se le muera un hijo. Punto uno. Punto dos: me da mucho pudor si alguien que vivió eso, lamentablemente, la pérdida de un hijo, lee este cuento. Lo saqué de una entrevista. Tengo un poco de pudor de meterme en una historia que es tan terrible, difícil, y mucha gente me la critica. Me han criticado que es demasiado: es llevar una sensación, como ser humano, a un límite. Y me da mucho pudor. Porque tengo hijos, porque conozco a gente que le ha sucedido y no sé qué pensarían de eso. Pero esta intensidad que te comento, estos cuentos duros, no los hago planificadamente porque me interesa ser escandalosa o morbosa. Aparte, no son cuentos que uno podría tomar como terribles.
Escandalosos, no.
No son pornografía divertida. Varios de los cuentos son de cosas de la realidad, pero ficcionalizadas. Lo que sí, quise indagar, sin límites. Ahora, uno como lector y ciudadano, hay cosas que dice: “¡Ay!”. No puedo ni explicarlas. Ni siquiera sé por qué se me ocurrieron. Llevar a los personajes a situaciones límites en donde yo no tuviera concesión de explorar en ellos todo lo que les sucede. Ese cuento (Marejadas), confieso que lo escuché en una entrevista de televisión, a un señor, de un accidente automovilístico en que murieron cinco jóvenes. El hombre, muy acongojado, comentó que esa noche él con su esposa habían dormido en la cama del niño. Nada más. No dijeron que habían tenido relaciones. ¡Me tocó tan fuerte la imagen! Porque se les murió el hijo y van a su cama a sentir el olor de él y duermen juntos. Creo que a partir de eso lo tomé y en algún punto empecé esa relación de vida y muerte. Porque lo que están haciendo no es porque tengan una simple calentura, para nada. Ellos lo que están haciendo es la fantasía de poder procrear ese hijo que están perdiendo. Entonces, para mí, es muy humano.
Marejadas me parece un cuento extraordinario por todo lo que tú has descrito y, además, porque es para lectores atrevidos, no es para lectores que un día leen a Paulo Coelho y otro día dicen: “¡Voy a leer hoy a Andrea Jeftanovic!” No. Tienes que estar preparado para leer esos cuentos porque entras hasta en un terreno psicoanalítico. Lo que tú describes se ve bastante en psicoanálisis.
Claro.
De la relación…
Eros-Tánatos.
…entre la madre y el hijo. Hay una ligazón que no solamente es la de lo bonito sino que va, inclusive, hasta el hijo que es como un vampiro de su madre.
Sí. Una cosa de lactancia y todo.
Leí tu cuento y era muy retador. Es extraordinario porque das el antecedente de que los padres de este chico que se está muriendo no son cualquiera, hay un conocimiento previo. Hay una historia.
Claro.
Y desde ahí un lector avisado o prevenido ya no la puede tomar como algo sucio o, de repente, excesivo. Me pareció que estabas siendo hasta un (punto), de una manera muy arriesgada, romántica. Porque estás a punto de perder al hijo y, entonces, dices: “No, antes que lo perdamos, vamos a hacer nuevamente uno”. Es algo muy poético. Me pareció poético, dentro de lo terrible que era la anécdota en sí, la historia en sí. No es un cuento para lectores inocentes sino para lectores ya entrenados o prevenidos, que hayan leído algo de psicoanálisis.
Claro. Hay que ser más abiertos y ser capaces de aceptar el reto, también. Yo lo escribí con mucha angustia. Desde que tengo hijos me he llenado de miedos. Por supuesto que de miles de experiencias maravillosas que comienzan en el embarazo, sensaciones increíbles, pero nadie me dijo que me estaba jugando una relación humana tan atávica, tan intensa que, por eso mismo, te llena de angustias. Los hijos, también, son descarnados espejos de ti mismo: de tus limitaciones, de tu generosidad, de tu capacidad de sacrificio, de tu capital para enfrentar desafíos, conflictos, de tu poder de amar a otro. Además, para mí la maternidad fue una experiencia particularmente compleja porque mientras mis hijos nacían y crecían, mi padre se estaba muriendo. Pero no una muerte rápida, sino que estuvo gravemente enfermo por nueve años. Entonces, los embarazos y la lactancia, en vez de ser períodos de calma eran de locura, con visitas a urgencias médicas, cirugías, y yo corriendo entre ambos espacios -la vida, la vejez- y seres -bebés y ancianos-. Fue muy estresante emocional y económicamente, porque era hija única y, además, me peleaba con mi lado creativo, ese (que te dice) “escribe, escribe”. El balance, finalmente, es positivo. Acompañé a mi padre hasta su último minuto. Tengo dos hijos maravillosos y una pareja excepcional. Luego, en el plano profesional, cinco libros escritos. No sé cómo, en ese período, también acumulé viajes por invitaciones. Creo que en ese período envejecí mucho por dentro y, desde entonces, soy muy intolerante a la tontera, algo irritable, tal vez, algo seria. Es que si pienso qué ha sido mi vida desde el 2002 hasta ahora, esto tenía que tener un costo. Y, por supuesto, no tengo un solo peso ahorrado.
Me parece un cuento extraordinario.
Te agradezco tu lectura porque yo, desde ese lado, el de la creación, siento eso. Más bien, me desconcierta cuando la gente lo lee de otro modo. Como te comentaba, el Árbol genealógico es, también, un cuento que produce un poco de rechazo. Me extraña porque -creo que entiendes lo que te voy a comentar- yo lo veo como un cuento de desesperación, también. En este mundo agobiado, de casos de pederastas, es como la fantasía de crear un mundo nuevo. No son personajes de por sí perversos. No es lo que me interesa. Como que esa materia no me interesa. No un psicópata en serie, no hacer un violador, ni siquiera un pedófilo, sino todos los temas de las pulsiones. También es la cosa de que están tan solas: a nadie le importa que ellas existan o no en la ciudad. Y el miedo cuando ven estos casos que no tienen solución. Entonces, para mí es como un cuento político, contra los poderosos, contra todos los casos que uno ve de abuso de todo tipo. No solamente de abuso físico, sexual. Todo el tiempo estamos siendo abusados. Hasta en términos más abstractos: en los sistemas de salud, por el mercado, y todos los poderosos salen impunes. Un poco el fenómeno que hay hoy en día, de generar otra sociedad, más colaborativa, más solidaria, con un sentido de comunidad, de colectivo. No el de donde si yo tengo poder aniquilo a los otros y nada me pasa. Muchos de estos cuentos los escribí a partir de un caso, de uno de los tantos pederastas que hay en Chile y en el mundo. Investigué el juicio público en Chile. Fui leyendo en la prensa cómo él pensaba. Ni me imaginé los cuentos que escribí, soy muy lenta. Dictaron la sentencia de que había estado con una depresión. Tuvo muchos atenuantes, tuvo una sentencia ridícula: un año con cárcel domiciliaria.
Ambivalencias en nuestras pulsiones, deseos y relaciones
Cambiando del tema de los cuentos: tú eres admiradora de Diamela Eltit.
(Andrea asiente con la cabeza). Es una escritora poderosa. Y tuve el privilegio de asistir a su taller por tres años. Un espacio de rigor y estimulación intelectual increíble. Nos obligaba a buscar nuestro registro personal, la gente transmite muchos prejuicios sobre los talleres y sobre ella. Yo diría que para mí fue un espacio de formación de primer nivel, nos leíamos entre nosotros, a autores consagrados, a teóricos, intercambiábamos películas. Leíamos a Foucault, a Agamben, a Herta Müller, a Elizondo, Baron Biza, Agotha Kristof, cuando nadie los conocía en Chile. De ese grupo surgieron, al menos, ocho personas que estamos dedicadas a la escritura, de registros muy diversos. Si lo tengo que resumir, fue una experiencia estética y ética. En fin, el taller era tan bueno que ahora lo hace en la Universidad de New York.
Eltit había dicho que “la literatura, al igual que otras prácticas -porque no es la única, también hay otras- puede poner nuevos sujetos a través de este espacio oficial y bastante censado que es el libro (…) La literatura es un hecho público”. Tomando en consideración las palabras de Eltit, ¿qué es lo que tú quieres poner en el espacio público a través de tus cuentos o de tu literatura?
Más que sujetos nuevos, yo diría que los sujetos que somos todos, la complejidad de los sujetos. Quiero poner en el escenario, en el espacio público que, también, somos lo que negamos todo el tiempo. Somos sujetos sumamente complejos, ambivalentes. Nuestras pulsiones, nuestros deseos, nuestras relaciones humanas, están llenas de ambivalencias, contradicciones. Hay gente que está todo el tiempo bajo un discurso simplificado: que los seres humanos son buenos o malos, que hay que hacer A o B. Están llenos de categorías normativas de lo bueno y lo malo.
Casi como si fuéramos una película de Hollywood.
Exactamente. Y yo me rebelo frente a esa simplificación. No hay nada más complejo que el ser humano. Con todos esos discursos que hay sobre la maternidad: toda edulcorada. Por supuesto que yo tengo hijos, los amo, todo eso, pero cuando uno ve su relación con sus padres y, una vez que usted tiene hijos, su relación con sus hijos, ya no se atreve a mirar más allá. Han sido parte de la literatura desde siempre estos vínculos. Tienen muchos niveles, muchas gradaciones.
Mucho de agridulce, también.
¡Claro! Y eso me interesa explorarlo, ojalá, sin límites. Dentro de mis límites. Yo sé que uno puede llegar mucho más allá, pero todo el tiempo la oferta que tenemos de literatura, de televisión, nos trata como unos robots.
Quieres que se cuestionen.
Sí. Yo creo que hace bien cuestionarse eso. ¿Por qué una madre no puede sentir rechazo justo hacia un hijo, aunque sea un momento en la vida? Todos sabemos que tenemos amigos o familia que tiene hijos que no fueron deseados. Tenemos relaciones familiares, personales, bien conflictivas. Es mejor mirarlas que no atreverse y dejarlo de lado. Y creo, también, que la literatura tiene una libertad más alta o igual, como todas las artes. Explorar eso que, en realidad, es complejo de superar: hasta dónde pueden llegar tus emociones, tu psicología, tu cabeza, todo.
Además que las estadísticas mismas, tanto en el Perú como en Chile demuestran que hay mucho rechazo, lamentablemente, de muchos padres: no reconocen a sus hijos, los abandonan. Madres que lo hacen, en menor cantidad, pero también.
Hay infanticidio, hay femicidio, hay orfandad con padres vivos que circulan en la misma ciudad.
Exactamente. Explotación sexual de los niños…
(La autora asiente con la cabeza. Su rostro ha adquirido una enorme seriedad al tratar estos temas).
¿Estos temas que tocas en tu literatura están condicionados por tu profesión de socióloga? ¿Lo tienes claro o no es así?
Creo que sí. De un modo no tan claro, pero creo que sí. Es una carrera que me gustó mucho. La estudié completa. Trabajé, incluso. No es que yo cuando escriba tenga… Ya ni me acuerdo, confieso. Como me dediqué a la literatura hace tanto tiempo, no me acuerdo de Max Weber, ese de las teorías, pero sí hay un interés de mirar lo social. La sociología, de hecho, a veces, no me gustó. Miraba todo en un nivel macro, con grandes números, grandes estadísticas. Me interesa ver problemáticas sociales, pero en una microescala, esta cosa personal, íntima. Ese cruce entre lo biográfico y lo público, lo privado y lo público. Incluso, prefiriendo lo privado para, tal vez, iluminar lo público. Iluminar, por ejemplo, en lo público: ¿por qué hay casos de pederastia? ¿Por qué hay parejas que se matan -femicidio, homicidio-? Generalmente, el hombre (mata). Son cosas muy extremas.
Es una deconstrucción del tejido social.
Así es. Pienso que puedo ver en un nivel más pequeño -como una lupa o un microscopio- relaciones muy cercanas, padres e hijos, hermanos. Me interesa explorar toda esa cosa que la sociedad no te deja sentir. No te deja sentir celos, no te deja sentir antagonismo, porque es incorrecto. Creo que hay que integrarlos. El arte, en general -como el cine, el teatro, la narrativa- te permite explorar eso con mayor libertad. Hay un teórico chileno, Fernando Blanco, que dice, grosso modo, que la perversión política se trasladó a una perversión íntima. A mí me hace sentido.
Una excepcional mujer de teatro
Otro de los territorios culturales que te interesa mucho es el teatro. Inclusive has publicado un libro de conversaciones con Isidora Aguirre, que ha fallecido este año.
Sí.
Quería saber cómo había surgido este interés por esta autora que tiene más de treinta obras teatrales. Que es una fascinación, en verdad.
Sí.
Porque le has dedicado un libro.
Sí. Fascinante el proceso y, también, el conocerla. Fue, como suelen ocurrir las cosas: por azar. Justamente en este proyecto que tuve que hacer con Watanabe y Enrique Planas, yo tenía que hacer lo mismo en Chile, elegir para la escritora de Nicaragua, Eunice Shade, una artista chilena con trayectoria y pensé en Isidora Aguirre. No la conocía para nada. Tuve que llamar al Ministerio de Cultura, pedir el teléfono, que me lo dieron casi en secreto, y la llamé. “Mire, bla, bla, bla”, le conté la historia. Ya estaba mayor. “Ven a tomarte un café y vemos”. Y me dijo: “Ya”. Nunca había pensado hacer un libro con ella. Hicimos todo el intercambio cultural, y cuando la escuché hablar, yo dije: “Esto hay que registrarlo”. La fui a ver de nuevo, a tomar un café, y me hablaba de su experiencia de vida, en el teatro, artística, todo eso, y yo le dije en un momento: “¿Sabes qué? Te propongo que hagamos un libro. Es muy interesante toda tu vida, lo que has hecho, tus procesos creativos”. Además que era muy habladora, muy vital. Aparte, ella casi encarna la historia del teatro en Chile. Ella se inició cuando el teatro en Chile se profesionaliza, en los cuarenta, cincuenta. Murió en el 2011, con noventa años. Ella eligió el teatro y vivió todas las revoluciones. Fue muy amiga de Fidel Castro, de Ionesco, de Roque Dalton. Tenía una historia de vida genial y era divertidísima. Te matabas de la risa con ella. Era dulce con todos. Entonces, era fuera del estereotipo una mujer tan audaz: comunista, venía de la clase alta, muy solidaria. Una de las personas más excepcionales que he conocido. Congrega ser generosa, talentosa, con humor. Yo he llorado de la risa cuando la iba a entrevistar. Tiene cuatro hijos, veinte nietos, todo el mundo la adora. El personaje en sí era muy fascinante. Pero tenía una fascinación con un peso, que era haber escrito obras maravillosas, entrevistando, por ejemplo, a los papeleros, a los basureros. Un poco como la corriente fue en los sesenta, en un teatro más político, social. Era muy seguidora de Bertolt Brecht, pero lo adaptó a Chile. Después, (para hacer) una obra sobre los mapuches, se fue a vivir con los mapuches. Tenía un método de investigación. Junto con vivir con los personajes, junto con esa personalidad locuaz, era muy prolija y talentosa. También era novelista. Es un personaje increíble.
Ella, inclusive, te llegaba a editar lo que quería que se publique en el libro.
Demasiado. Porque, con ese perfil, créeme que era muy obstinada, con todo un poco. Mirando a la distancia, es un libro que me quedo un poco glorioso. Porque ella tenía una autoestima…
Muy alta.
…acorde con las circunstancias (sonríe). Y hubo peleas mínimas, porque nos llevábamos tan bien. Cuando uno se lleva bien con alguien puede tener diferencias. Estaba viva ella y eso era un corsé al asunto, una limitación. Tenía que respetarla. Imagínate, cómo no la voy a respetar. Si no la respeto a ella, a quién (sonríe). Era su vida, su historia, su trayectoria. Otra compañía muy buena montó una obra de teatro de ella, de hace cincuenta años, y se comenzó a hacer un documental.
¿De La pérgola de las flores (1960)?
No. Esa la montan siempre. Una que se llamaba Los que van quedando en el camino (1969). De una matanza campesina. Está tomada de una cosa del Ché Guevara que ella conocía. Entonces, los chicos del documental la semana pasada me decían que se sentían liberados que ahora no está Isidora. En términos de poder mirar el personaje con toda su complejidad.
Eso dicen, que no hay mejor autor (teatral) que el autor muerto.
Para mí, más allá de que no pude poner todo lo que quería, hay un ensamblaje muy interesante, porque es un libro que me dio mucho gusto escribir. Fue pregunta y respuesta, pero yo buscando materiales, crítica teatral. Todos los capítulos comienzo escribiendo lo que me pasaba a mí.
De su obra póstuma, Guerreros del Sur (2011), tú has hecho el prólogo.
Sí. De una novela que tiene una temática mapuche, pero del año 1600. Es una novela un poco histórica. Hice crítica de teatro mucho tiempo. Me gustaría hacer todas las semanas y no alcanzo. Me he dedicado más académicamente. Quizá yo te saco (una crítica teatral) dos veces al año, pero voy a ver mucho teatro. Yo era de esas críticas que no eran destructivas, como los críticos literarios: me metía en los juegos que proponía la obra. Hice hartas durante dos años: todas las semanas escribía y lo mandaba a todas partes. Yo estaba en un buen periódico, me tenían estimación. Después, con lo de Isidora, sobre todo el día que murió, me sentí tan emocionada que la gente hasta hoy: “Gracias por dejar el testimonio de ella”. Nadie lo había hecho. Fue una cosa que te da satisfacción.
Fuiste la única valiente. Dices que era una persona…
A la única que se le ocurrió. Sí.
…tan grande en nombre, que a veces intimidaba.
Claro. Y, también, si le caías mal, no había nada que hacer. Ella siempre ha tenido buenas relaciones. Yo fui sistemática, porque era muy dispersa y hablaba de mil cosas. Se ponía en un lugar muy glorioso y yo intentaba bajarla. Tuve suerte.
Fue una buena idea.
Sí.
Una frase de ella es: “Quería esta ciudad de Santiago y quiero a su gente, aunque sea con ese amor de los santiaguinos que todo lo critican”.
Sí.
¿Es cierto?
¿En Perú no son así?
También.
Yo creo que es bien latinoamericano que nos quejamos mucho de nosotros mismos. ¿Dices si comparto la cita de ella del modo de ser chileno?
De ser santiaguino, en este caso.
Santiaguino, sí. Ella, que ha vivido en mil partes -más aún con la condición política que hubo en Chile-, pasó toda la dictadura allá, tenía los medios para hacerlo. Yo tuve la oportunidad de quedarme en Estados Unidos y no me motivó para nada. Teniendo uno por ciento de posibilidades me gusta vivir en Chile, pero todo el día hablo, critico a Chile. No es una sociedad perfecta y hay muchas cosas que mejorar. Así que comparto ese sentimiento de amor-odio, de mucha crítica. Soy muy crítica de ser chilena. Y, al mismo tiempo, confieso que para vivir establemente no me imagino en otro lugar. Como que siento que hay un compromiso: quiero aportar un granito de arena como profesora, como escritora.
Darle dignidad a los jóvenes y sus sueños
Como académica, ¿qué te parece todo este fenómeno social, este problema de las huelgas estudiantiles en Santiago?
Me parece un movimiento necesario, urgente, interesantísimo. Aquí, los que somos de mi edad para adelante, no tenemos más que decir que somos testigos. Nos da, incluso, una mezcla de culpa y de vergüenza. Yo lo converso con amigos míos de otras generaciones: ¿cómo no hicimos nada? ¿Cómo no habíamos reclamado? ¿Cómo tan adormecidos con esto? Sentíamos la incomodidad, pero no habíamos podido canalizarla. Un poco por, quizá, apatía política. Yo admiro y apoyo este movimiento por varias cosas. Primero, lo que demanda me parece más que razonable. No me parece que sea algo ni idealista -como imposible- ni radical. Lo que están pidiendo es sumamente razonable. Por algo vivimos en sociedad. No para que cada uno esté preocupado de cómo sale a fin de mes. Tiene que haber un proyecto mayor y ahí la educación es algo importante. Que sea lo más democrática posible. Que todo el que quiera tenga la posibilidad de hacerlo. No es que yo crea que hay que ser experto y solamente intelectual, pero sin duda que la experiencia de estudiar, sea lo que sea, te dignifica, te abre mundo, te hace un ciudadano más reflexivo, más empático. Yo creo que es superpositivo. No tiene por qué ser filosofía. Denle dignidad a los jóvenes, que todos tenemos sueños. Denles las herramientas para que puedan ir un poco más allá. Porque con la secundaria es poco lo que pueden hacer. Terminan… ¿Cómo le llaman acá: secundaria?
Sí, secundaria.
Las posibilidades de trabajo, de mundo… Uno, cuando estudia en la universidad, tiene una adultez. Tiene gente a la que conoce que son de otros barrios. Una cosa interesante lo que sale de la universidad. No hay que ser intelectual sino que la experiencia de estudiar, para todo ciudadano, es muy útil.
Pero Piñera ya dijo que la educación la tiene que pagar alguien. Entonces, hay ese impase. No se ve con una pronta solución.
No.
Al menos por el momento. Y ya va más de medio año.
Claro. Cinco meses. Eso sí que no lo comparto: el que partió muy épico el movimiento, muy inspirador. El modo cómo ha incursionado es bien interesante. Ellos no tienen presidente, tienen voceros, todo lo consultan en asamblea: la forma del poder es distinta. Nos están enseñando a nosotros, que tenemos una cosa más jerárquica con el poder. Nosotros teníamos presidentes entre alumnos, ahora tienen representantes. Han sido muy creativos con las coreografías, las pancartas, una cuestión bien artística. Bien alucinante ver como a una ciudad tan lúgubre, Santiago, (le han hecho) una cosa más festiva. Pero toda esa maravilla se choca contra una pared, que es el gobierno de Piñera. Es un choque de paradigmas de comprensión del mundo. Ahora, confieso que mucha gente estamos entrando en la etapa pesimista. Porque no puedo creer que después de cinco meses no hay diálogo posible. Hablan otro idioma. Es muy decepcionante y estamos entrando en una fase de problemas. Por ejemplo, en las universidades como la mía, que es pública, pero se paga. Me refiero (a que) es pública, pero tiene tan poco apoyo del Estado… Los padres no han pagado las matrículas estos meses. Estamos en una universidad que tiene 160 años. Y, claro, es muy de izquierda. Es una universidad laica. Yo creo que el gobierno de Piñera no tiene ningún interés en salvarla. Así que es un escenario mucho más pesimista e incierto. Las universidades de regiones hace tiempo que entraron en el colapso. Me parece que eso es injusto. A las universidades públicas entra la gente con mejor puntaje y los profesores que tienen doctorado. Las privadas son menos exigentes, pero tú ves los campus, los recursos, las bibliotecas, los laboratorios…
Todo actualizado.
El mundo al revés. A los más talentosos los castigan. Es que son menos, porque es una cosa de lucro. Es algo que hay que cambiar ya. No puede ser. Ni en la educación ni en la salud debería existir eso.
En el Perú ocurre igual, también.
Pero me decían que en las públicas no se paga. Allá, la (pensión) más barata debe ser casi quinientos o cuatrocientos (dólares) al mes. Es mucho dinero en Chile. Y las privadas salen mil dólares al mes. ¡Es una locura! Y la gente pide mucho crédito, que lo gestiona la banca privada y tiene unos intereses… Esto empezó a colapsar porque la gente empezó a egresar debiendo una casa. Tú tienes veinticinco años y debes lo equivalente a lo que te cuesta una casa. Aparte, es un país que tiene dinero. Tomas un poco del cobre y pagas la educación. Hacer arancel diferenciado, que es lo más realista. Pasar de un día para otro a un sistema gratuito es difícil. Pero, al menos, un tema de arancel diferenciado, de becas. Apoyo y pienso eso. Muy interesante lo que han hecho ellos (los dirigentes estudiantiles chilenos), muy consensuado, muy claro con lo que exponen, muy preparado. ¡Cómo se han ganado el respeto de la sociedad, absolutamente! Tienen el ochenta por ciento de la aprobación ciudadana. O sea que supera izquierdas y derechas. Mi mamá, por ejemplo, es de derecha, empresaria, y está sumamente de acuerdo. Ella, de hecho, elige a la educación pública. Esto no es nuevo, esto es de hace treinta años. Mi padre, el padre de mi marido, que no tenían muchos recursos, estudiaron en la universidad pública sin pagar, tienen carrera y han podido un poco surgir en la vida.
Es que ahora la educación se ha monetarizado demasiado.
Demasiado.
Entraron esos empresarios que ven negocio…
En todas partes.
…donde sea y malograron todo.
Sí.
Eso, también, ocurrió en el Perú: hay muchísimas universidades privadas chicas y dan una educación malísima. Salen muchos dizque profesionales, pero no son muy buenos. Eso es lo malo de la educación privada, que para ganar plata: “Ya, vamos a crear…
No piden requisitos, sí.
…facultades de comunicación, de lo que sea”.
Lo que está de moda, sí.
Abordar los procesos creativos de los escritores
Este territorio casi periodístico de entrevistar a autores como (Pedro) Lemebel… Periodístico-literario…
Sí.
Como Watanabe…
Lygia Fagundes Telles…
Lygia Fagundes, Ricardo Piglia…
Isidora (Aguirre), todos esos, sí.
Isidora… Todas estas entrevistas: ¿te has sentido como periodista en algún momento o como una escritora que está entrevistando a otros escritores?
Las dos cosas. No estudié periodismo, así que no sé las técnicas. Más bien, hay un interés por lo creativo. De todas maneras, me interesa profundizar en la vida de otra persona. En todo sitio tiene un poco de interés la vida de los otros, porque siempre son materiales, preguntas. Me ha interesado abordar a un escritor y dar a conocer sus procesos creativos, ir reconstruyendo un poco lo que hizo en cada libro, cuál es su proyecto, su poética. Me parece superinteresante entrevistar a escritores. Así que ahí me siento emparentada contigo. Tengo en mente unos tres, cuatro escritores más. Me gustan los escritores mayores, gente con más trayectoria.
Más cosas que contar, también.
Sí. De pronto, siento que hay demasiada fascinación por los jóvenes y por la escritura, tanta cosa, como media de mercado. Quiénes son las nuevas revelaciones… Todas las listas tienen, incluso, esta cosa de las edades. Esto del Granta. Todos los rankings tienen edades. Me encantó la lista de Guadalajara porque incluye gente de todas las generaciones. Tienden más a jóvenes, pero no es excluyente. Los escritores mayores pasan (usualmente) a un segundo plano. No debería ser así.
Y es una lista bien democrática (son veinticinco escritores de quince países), porque uno dice: “Seguro va a haber diez mexicanos y diez argentinos”.
De Perú hay poco: un autor para la cantidad de autores que tiene, es ridículo. Y allí había tres de Ecuador. Debería haber más de Perú.
Debe ser, también, porque estaban buscando gente que no ha ganado todavía un premio grande, como Roncagliolo ya lo ganó. Que (no) tienen algún reconocimiento, como Iwasaki (ya lo tiene).
No hace falta que le den premio allí.
Por eso creo que a (Enrique) Planas lo han nombrado, porque de los que son peruanos y no tienen un nombre grande, él está ahí, en lista de espera para despegar (internacionalmente).
A veces, los escritores tienen muchos veladores de luces y uno ve la obra y dice: “¿Por qué es tan conocido?”
Sí, claro. O como Giovanna Rivero, que tiene una potencia literaria muy grande, no tiene grandes premios, pero es muy buena. Es mejor que muchos que han ganado premios.
En los premios uno ve cada cosa. En el tipo de libro que gana más los premios internacionales -los Planeta, los Alfaguara- hay un formato de novela que va a ganar y no siempre me parece que son los mejores textos. Finalmente, los mejores autores los conozco en lugares más recónditos.
Sean de editoriales independientes.
Sí. Muchos de las independientes. O de nombres que son menos conocidos, de pronto les descubro un libro (muy bueno). Me interesa registrar, desnudar el proceso creativo de un escritor, su mundo, su universo, su apuesta. He entrevistado a autores que me fascinan, los he estudiado mucho antes de entrevistarlos. Por eso me toma mucho tiempo. A mediano plazo, quiero a Margo Glantz -que me comentaste que la habías entrevistado-; a Luisa Futoransky, una poeta argentina que vive en Francia; a Juan Mayorga, que es un dramaturgo español. Al menos, esos tres nombres los tengo ahí. Estoy esperando que se me dé la posibilidad de un viaje para hacer las entrevistas.
Sobre todo coordinar con ellos.
Sí. Es una de las cosas que me propuse a mediano plazo, que me gustaría mucho. Y muchos más, pero esos son los que ya conozco y he leído bastante su obra.
Además, me parece excelente que estudies bastante de los escritores antes de entrevistarlos, porque es algo que no se hace, ahora, mucho. Inclusive, en las páginas culturales de diarios y revistas.
Es que no tienes tiempo. Es otro ritmo, también.
Sí, claro, pero…
Yo me tomo seis meses. ¡Imagínate!
Pero uno lee…
¡Un año!
…y dice: “Yo también lo puedo hacer en treinta, veinte minutos (buscando información del autor) en Internet”.
Claro. En Google. Pero las que estoy haciendo justamente son distintas por eso, porque hay una preparación, conoces al autor, es otra cosa. Te quería comentar que cuando comenzamos con el tema de mi escritura y todo eso, una cosa que me interesa, junto con lo que te comenté -la exploración psíquica, emocional-, es llevarla al lenguaje. Me interesa mucho la prosa poética. También ahí hay una intención de parte mía. Sé que trabajo temas duros, pero sé que si los hago con un lenguaje poético fluyen. Es una trampa. Lo he entendido un poco después. Me gusta mucho el trabajo plástico, las imágenes, las frases. Como que no me sale contar: “Periquito fue ayer al parque, se tomó un café y regresó”, sino que hay una cosa del espacio, de una dimensión medio temporal, de desplegar la emoción, descripción, imágenes plásticas. Entonces, si lo hago con prosa poética, tiene algo que descoloca, pero soy consciente que es doblemente violento. Tiene un contrapunto: que está utilizando un lenguaje bello, poético, más lírico, que tiene que ver con la psicología. Es parte del proyecto que me interesa desarrollar.
Se siente esa energía poética en tus textos. Se nota que hay una intención. Obviamente, todo tu estilo es intencionalmente buscado, pero es distinto al de muchos otros escritores de cuentos. Es una mezcla de poesía con narrativa.
Sí. Yo leo mucha poesía. (Cuando) escribo los cuentos, las novelas, tomo apuntes de frases, solamente de frases. Entonces, me demoro siglos en escribir cada libro. Los cuentos me han tomado años. Me gusta que se despliegue la emoción y liberarme. Del personaje exploré todo lo que podía explorar, y con belleza. Que sean cosas terribles, pero con belleza.
La última pregunta: ¿podrías definirte con una sola palabra o una sola frase como escritora?
Justo la frase que te decía al comienzo: soy una autora que me interesa ahondar en las pulsiones, en las complejidades humanas, con poesía.
Muchas gracias por la entrevista.
No, de nada.
Que sigas disfrutando tu estadía en Lima.
Gracias.
Casi tres semanas después, el sábado 19 de noviembre, el suplemento literario y cultural Babelia del diario español El País, publicó Retratos autobiográficos y emociones literarias: una serie de opiniones de dieciséis buenos autores latinoamericanos sobre las claves de su escritura y la esencia de sus libros. Esto fue lo que Andrea reveló de sí y de su exigente trabajo con la palabra escrita: “Vengo de un país que ya no existe. Leer o escribir para saber si soy de aquí o de allá. Leer para ir en la dirección opuesta. Escribo leyendo en diagonal las noticias del periódico. Escribir para que en un punto mínimo mi biografía se cruce con la historia. La creatividad te desafía a ser otro enunciado. La literatura es un trabajo de orfebrería donde las costuras siempre quedan a la vista. Leer es recorrer un hilo, escribir es devanarlo. En la memoria las cosas ocurren por segunda vez. En la lectura por tercera. Escribo ensayando una sintaxis emocional. Encumbro imágenes como cometas. El mundo tiene algo de campo minado. El lenguaje puede ser una violencia sensual. Pienso mis libros como artefactos explosivos. Me guardo las esquirlas en el bolsillo”.