Entre lo hipnótico y lo feroz: “La vida eterna”, la nueva exposición del artista plástico Guillermo Lorca.

Guillermo Lorca es un artista plástico excepcional, ya a su joven edad tiene una prolífica trayectoria, y lo más importante, ha configurado una particular poética. Siempre hay una arista inquietante en cada uno de sus óleos, como si en ellos se pudiera escenificar la más secreta de nuestras pesadillas. Salimos de estos paisajes asombrosos, pero también perturbadores, reflexionando sobre el realismo de sus figuras y vistas. ¿He visto mis sueños proyectados en una pared? ¿Esa era yo tendida de pequeña entre unos plumones cuando mi mente se fue en blanco? Los miedos infantiles son relatados y amplificados en formatos de hasta dos por tres metros.

Lorca es un pintor intrínsecamente narrativo. En cada uno de sus cuadros hay una historia; despliega escenas en las que animales, en especial perros de distintas razas y niñas infantes, confluyen en la ferocidad de la naturaleza. Niñas y animales posan en situaciones de ocio y en circunstancias amenazantes. Todos ellos parecen habitar lejos de la ciudad y fuera de la vigilancia de los adultos, para subsistir en territorios de latencias donde se cruzan las fronteras de la fantasía y del miedo, de la muerte y la vida, del sueño y la vigilia.

En los veintitrés cuadros que conforman este catálogo, su pintura traza una imagen hipnótica sobre la violencia ambigua y sensual de la naturaleza. Y sugiere, con un fuerte trasfondo psicoanalítico, una sintaxis psíquica y emocional de esos paisajes internos que giran en torno a las angustias de la muerte y la fuerza del deseo. Es una obra plagada de simbolismos con momentos de éxtasis, en los que la muerte roza la belleza o el peligro se amarra a la seducción. Cada cuadro es la punta del iceberg de ese magma inconsciente de la mente humana. Porque en el entramado de la tela podemos seguir las hebras de eros y tánatos de Sigmund Freud, como también su categoría de lo siniestro; la pulsión oral de la que habla Melanie Klein en las relaciones materno-filiales, o la reconstrucción psicoanalítica de los cuentos de hadas hecha por Bruno Bettelheim.

Como un buen retratista, Lorca cincela con rigor rostros, musculaturas y tendones. Notamos en sus imágenes que hay horas modelando una nariz, un entrecejo, una mejilla con pecas. Sus retratos están inmersos en atmósferas oníricas que ocurren durante unas vacaciones en el campo, en la bodega de un matadero, en una escena de caza, en un cuarto campestre, en un salón post-fiesta o en el incendio de una siembra. Cada óleo está compuesto por retratos corales, varios protagonistas componen el reparto que domina la escena cargada de pulsiones.

Niñas inquietantes

Hay un tratamiento angustiante de la infancia femenina, aparecen niñas que con cierta inocencia y ambigüedad posan semidesnudas en viejas camas de campo, entre pesados edredones y sábanas almidonadas. Niñas que miran a la cámara o al espectador que se incomoda al otro lado de la tela debido a la indefinición de sus cuerpos, la ambigüedad de su mirada. Niñas en pijamas o ropa interior que saltan en una especie de paraíso y se mueven con gestos que oscilan entre la ternura y la seducción. Niñas muñecas, de rostros angelicales, miradas cándidas, pieles lozanas. Alguna de ellas puede ser Nati o Laura liderando una manada de perros o una niña anónima envuelta en pieles y carnes. O bien, puede ser aquella del cuento “Hansel y Gretel” en su palacio de dulces.

Hay cuadros que esbozan escenas cotidianas, pero no por eso menos enigmáticas. En uno de ellos dos hermanas juegan con la trasparencia de sus pijamas en una sala inundada de una luz que llega por los amplios ventanales. En otro: una niña está recostada sobre una alfombra carmín con aire de ensoñación mientras un ganso se aproxima a la cama deshecha con almohadas mullidas.

En estos cuadros en los que se relata también se omite. Se sugiere una intrahistoria en los pliegues de la tela; en cada pliegue parece guardarse una fracción de tiempo, un puñado de secretos. “Evento” es un cuadro ilustrativo en este sentido, una bestia aparece en medio de una cama con una niña que despierta. Toman forma las alucinaciones nocturnas pobladas de monstruos. Otro cuadro, “Incendios”, también apunta al territorio de las pesadillas. Muestra a niñas semivestidas en medio de llamas entre pastizales que crepitan. Círculos de fuego arrasan la hierba a ras del piso, la fuerza de la combustión cerca sus cuerpos frágiles.

El feroz mundo animal

También el artista ha indagado en el mundo animal, en lo salvaje que domina a estas criaturas guiadas por el instinto. Hay animales y mordidas, por ende, hay entrañas y vísceras, mezclas amorfas de cuerpos que se hallan en una confusa lucha. De algún modo escuchamos gruñidos, graznidos, ladridos, balidos. Un especial tratamiento adquiere la carne en su textura y la tonalidad de la sangre, que hace un guiño al pintor inglés Francis Bacon con sus capas y tejidos de grasa. En esta línea hay un lienzo, “Ovejas”, con un torbellino de piel y lana que se proyecta al cielo desde un ganado de ovejas.

Particular atención ha dedicado al universo canino. Guillermo Lorca ha estudiado la fisonomía y la dinámica de los perros. Compone con virtuosismo cuerpos y cabezas de perros galgos, pastores alemanes, bóxer en feroces coreografías. Pinta peleas de animales, los odios y los amores de las manadas. Perros que, en plena jauría, se muerden unos a otros indicando la violencia, el olfato de posesión, la lucha territorial.

Entre la serie del universo canino destaca “Cacería”, en este cuadro catorce perros atacan y rodean a un toro. Litros de leche inundan el cuadro en un efecto de naufragio lácteo. La leche, con su evidente sugerencia sexual, salpica esta escena entre orgiástica y criminal.

Hay una potente sensualidad en el óleo “Fiesta de disfraces”, la escena post- celebración, compuesta por los restos carnavalescos, las máscaras desajustadas en las cabezas de unos animales, la comida vertida sobre los manteles. Una escena que alude al apetito saciado postorgía. Se sugiere una suerte de canibalismo, se grafica la opulencia de las frutas y las verduras en zapallos abultados y sandías caladas. Se podría leer en esta obra una alegoría en torno a lo apocalíptico de la abundancia y la oralidad, en el hecho de devorarse unos a otros mientras en una esquina un perro bosteza.

Estética abundante

En sus obras, Lorca maneja un equilibrio entre lo monumental y el detalle. Amplios paisajes de un color vibrante están habitados por personajes caracterizados por sutiles ademanes y específicas fisonomías. Las escenas brillan gracias a su depurada técnica de ir sumando capas de color que configuran una luz intensa y cálida. Es una pintura que dialoga con grandes maestros, como Rembrandt, Diego Velázquez, Caravaggio, y, entre los más contemporáneos, Edward Munch, Lucian Freud, Francis Bacon, Claudio Bravo. Y también con el cine, recuerda al lenguaje visual de Stanley Kubrick, Michael Haneke, David Lynch, Lucrecia Martel.

El artista ha comentado acerca de su metodología: primero surgen unas imágenes espontáneas, y luego, consulta el gabinete virtual donde guarda las fotografías que ha tomado de personas, mascotas y objetos. Recorremos el taller y somos testigos de la paleta de colores, el espacio desordenado, la pantalla del computador, el archivo de fotos, las grandes telas. Compone la idea y la ajusta a la materialidad. De este modo resultan óleos intensos y emotivos que, a primera vista, parecen continuar el movimiento realista e hiperrealista, pero van más allá, a un lenguaje feroz e hipnótico.

Lorca es un artista de la crudeza, de animales y niñas que habitan una zona liminal, una vecindad extraña de cuerpos indiferenciados. Animales y niñas se develan como criaturas preconscientes, amorales; un conjunto de intensidades y fuerzas que no se terminan de codificar y bosquejar para ser un océano de violencia, pesadilla, bienestar, hambre, miedo, instinto. Los cuadros son escenas prodigiosas que parecen ponernos frente a un abismo dulce; en el umbral donde lo humano y lo animal se tocan, esbozando las posibles significaciones de ese encuentro. También, hay una palpitante circunstancia que evocan esas camas deshechas, con perros o bestias, que se repiten entre alucinaciones que se mueven en el filo de la conciencia y el sueño.

Niñas y mascotas se vislumbran como signos de alteridad, como plataforma psicológica y cultural que supera los binomios entre lo salvaje y lo civilizado, entre lo biológico y lo social. Los cuadros como puestas en escena, guión y dramaturgia de las fábulas de la especie insinuando una temible expectación.

“La vida eterna” es una muestra pictórica exuberante en la que domina la estética de la abundancia: la opulencia de los alimentos, la frondosidad del pelaje y las plumas, el poder del instinto. Hay líneas dionisiacas que tensan y unen el universo infantil con el animal. Su paisaje susurra, sus personajes están mascullando algo entre labios. Excepcional su mirada, excepcional su técnica, excepcional su retrato de la mente humana. Guillermo Lorca García-Huidobro en esta ocasión da un paso más allá en su poderosa poética con estos trabajos que hacen de la pintura una ventana para atisbar en la fascinante psiquis humana y su proyección en la naturaleza.

 

Foto: Fiesta de disfraces, Guillermo Lorca (Óleo sobre tela 150 x 300 cm. 2013)