26/06/2012

Me gusta cuando llego a las personas a través de sus libros, en esa hermosa práctica de ser mensajeros o chasquis de otros autores, de establecer una red de contrabando con libros en maletas hasta armar esa cadena de sintonías y complicidades. Un libro de Ana Arzoumanian, Cuando todo acabe todo acabará, me llegó de manos de la escritora Carina Maguregui. Inmediatamente me capturó su ritmo, la pulsión de un lenguaje vasto en sensualidad y reflexión política; una combinación compleja que oscila entre el deseo y la catástrofe. Por mucho tiempo, Ana fue para mí:

Cuando digo la palabra casa, en mi boca se forma una casa entera y me resulta difícil pronunciarla. No una casa entera; la puerta entreabierta de una casa por donde se ven niños respirando pegamento de zapatos. Cuando digo casa, se me enredan los pies en el muelle de Recife, ahí en el pozo que funciona como hogar, a ras del piso. Y no sé por qué me sale la calle, si hay alambres y puertas y paredes, y perros y rejas. (44)

Luego vendrían más libros. Un recorrido que me llevaría por sus otras escrituras, narrativa alternada con poesía y ensayo. Y más, porque esta autora nacida en Buenos Aires, de formación abogada y con estudios en psicoanálisis lacaniano, es además traductora. En todos sus proyectos hay un pacto con la palabra y con la lengua; así es como esta políglota y fértil escritora cuenta ya con diez títulos a su haber. En poesía, Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará, Káukaso; en novela, La mujer de ellos; los relatos La granada, Mía (relaciones filiales), Juana I (sobre el personaje de Juana la Loca); y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.

Ana, de origen armenio, ha dedicado parte importante de su obra a pensar el genocidio de su pueblo. Es interesante la unidad que se establece en su obra; una escritura que destaca por la finura de sus frases, la complejidad de sus capas culturales, su reflexión sobre las costuras occidente-oriente, la denuncia de la omisión de los crímenes, la sensualidad de las imágenes y el deseo como arma de resistencia. La autora construye un universo propio con las desobediencias del lenguaje: ya sea en prosa o poesía, es intensa y opresiva, gira alrededor de la desolación individual y colectiva, y, al mismo tiempo, es capaz de sedimentar tradiciones superpuestas, la permeabilidad del lugar de origen con el lugar de destino, los territorios deseados o necesitados.

Para entrar a la obra de Ana hay que tener llaves. Jugaré a ser la guía de la morada de Ana Arzoumanian para recorrer algunas de sus habitaciones. Y digo habitaciones, porque en ese cuarto privado de Virginia Woolf entra la (gran) historia, las luchas fraticidas, los crímenes políticos y también la pulsión emocional para hablar otras lenguas, o la propia lengua, y transmitir las escenas de horror que se heredan de generación en generación.

Primera llave. Transformar el odio en belleza/ Atravesar el silencio

Tomo el manojo y saco la primera llave: es una cita de la dramaturga española Angélica Liddell, que creo que sintoniza con Ana y dice lo que ella hace en cada uno y en este libro: «para mí era importantísimo transformar el odio en belleza». Hablar de ese odio con belleza es doblemente violento, en un intento de contar y no poder hacerlo, de pensar la palabra como un artefacto explosivo y seductor, pero demoledor. Ejercicio cargado de una cuestión ética, como lo enuncia la misma autora en una entrevista: “Hay un compromiso de atravesar ese silencio y de decir, pero cómo se dice eso, qué forma le doy. Y (..) es una forma que se impone; cada voz, cada situación, impone su forma.” La autora cincela esa “forma” a través de un tapiz-filigrana en el que se entrelazan hebras de terror, geografías, lenguas, crímenes, historia, cuerpos ávidos, cabezas decapitadas, diásporas.Porque como lo enuncia el título de una de sus trabajos, quizás habría que buscar en el arte las preguntas que la justicia no da, “o cuando esta no se pronuncia”. El arte como herramienta de premonición y expresión de lo inenarrable. ¿Cómo dar con la forma? Esa búsqueda es quizás la pregunta esencial del arte. Creación e injusticia, literatura y dolor, cuerpo y vacío. Una forma para el odio que en Mar negro es un abuelo que escapó de la persecución pero“vio fotos de colgados, de decapitados. Por ende, lo propio de su trabajo será recortar la apariencia del mundo en pequeños trozos”. Fragmentar, descuartizar; nunca nada entero, el encuadre, el fragmento, lo que queda fuera de escena.

La primera parte del libro comienza con este abuelo que se inscribe en el nuevo territorio argentino y fotografía personas en las plazas de Buenos Aires. Un testigo que no quiere hablar y se apropia de escenas familiares ajenas. Ese abuelo se configura como un signo narrativo, eslabón de esa “Turquía asiática donde se eliminaban nueve de cada diez armenios”.

Ana ha unido historia y perfomance, en la línea de la crítica y ensayista Diana Taylor, al hacer una puesta en escena sobre el cuerpo dañado y que este, a su vez, se convierta en el significante de esa protesta. Porque la memoria es un acto de habla que se traslada al cuerpo movilizando recuerdos y posibilitando en esa representación o doble actuación un cierto alivio, o una tangencial reparación.

Segunda llave. Escritura, ley y pertenencia: “Tengo que poner las cosas por escrito, de lo contrario, no habrá delito.”

Una generación posterior, la nieta escribe. Ordena y clasifica las esquirlas diseminadas en la diáspora. Foto y escritura aparecen como dos máquinas que generan, que disparan, gatillan para fijar, como lo confirma la sentencia: “Para apoderarse de lo que se está moviendo y convertirlo en historia, hay que detenerlo”. Detener y fijar; es imposible no pensar en la analogía entre la máquina fotográfica y la máquina de escribir: “cada vez que se escoge y se detiene una imagen o una palabra, se desechan otras”. Aquí recuerdo una reflexión que la misma Ana regaló en las redes: “el acto de fotografiar no tiene nada que ver con adaptar; tienes que sentir que te están violando de verdad».

La autora también escribe para restablecer genealogías humanas y lingüísticas interrumpidas. La narradora dirá: “Están huérfanos de verbo el asesino y la víctima”. Entonces se fotografía y luego se escribe como un modo de ensayar una posible filiación: “¿Se puede tener un hijo por la garganta? ¿Acaso la filiación sea una manera de escribir con luz sobre el cuerpo?”. La narradora pareciera escribir para fundar lo que se ha intentado exterminar; escribir es evocar un texto que hemos olvidado. A medida que el libro avanza, se va demostrando que entre vida y texto hay un cuerpo que se construye, gozosa o dolorosamente. En la segunda parte, llamada “Berlín”, es el cuerpo afiebrado y tembloroso del joven armenio que mata en Berlín a su verdugo, el Ex Gran Visir Talaat Pashá. Y vienen una ráfaga de escenas condensadas: la escena del tribunal, el conflicto entre ley y territorio, la tipificación del delito, la profunda satisfacción que siente el supuesto “victimario” sobre su acto, el hecho de vengar en suelo alemán la tragedia de su pueblo, señalando el desigual valor de la vida.

En el vínculo ley y escritura, reconozco en Ana la impronta de la Antígona de Sófocles; es la heroína que hace público el mecanismo íntimo de la resistencia, aprendiendo la lengua del opresor para poder combatirlo. Una deuda que el relato de la narradora cancela o cobra para lidiar con la justicia y los traumas pendientes.

Tercera llave. Los lugares deseados

El lugar deseado se ampara en la noción de “tierra prometida”, ya sea esta Ararat, Jerusalén, La Meca, New York, La Habana. Lugares-utopías que condensan creencias, identidades, pertenencias. Desde el momento en que la novela se titula Mar Negro, tenemos que pensar en una cartografía donde los paisajes son sistemas de signos.

El Mar Negro es un mar interior, situado entre Europa y Asia, relacionado a través de varios estrechos con el océano Atlántico, vía mar Mediterráneo y mar Egeo: el estrecho del Bósforo lo conecta al mar de Mármara y el estrecho de los Dardanelos al mar Egeo. Un mar en la fricción de las fronteras, en esa gran costura-cicatriz que es oriente y occidente, Europa y Asia. Cada época ha dejado tras de sí sus jeroglíficos. Cada generación ha dejado tras de sí su fondo de símbolos para ella significativos. La historia de la novela es una historia de inscripción y borradura de signos, de choques iconoclastas.

Mar Negro,dividida en cuatro capítulos-ciudades –Buenos Aires, Berlín, Jerusalén y Karabagh­­–, traza un mapa de la violencia y la desaparición.La historia no se devuelve sólo en el tiempo, sino también en el espacio, como afirma Karl Schlögel, y el espacio es muchas veces el “enemigo número uno”, en este caso, el valle fértil de Ararat, históricamente en disputa. Los paisajes culturales son también grandes textos; fácilmente legibles algunos, otros requieren especialistas, y Ana se ofrece como la traductora de ese territorio que ha mutado de imperio en imperio, de dictador en dictador, que sabe de demasiadas anexiones. Escenario de marchas extenuantes por las montañas, de usurpaciones, de diásporas urgentes. El texto del pueblo armenio es un texto interrumpido por un genocidio silenciado y el posterior negacionismo; en sus líneas hay un doloroso enigma asociado, un original perdido.

Cuarta llave. La mujer como un cuerpo dolorosamente erótico

El poderoso proyecto narrativo de Arzoumanian hace un recorrido desde la transgresión de los tabúes y el escándalo social, pasando por la biología como un territorio metafórico para postular las inquietantes posibilidades de otra configuración del sujeto mujer. Sus personajes femeninos son sujetos de violencia; su narradora es muchas veces una jueza de la historia. En palabras de la poeta argentina María Malusardi, en el trabajo de Ana la mujer es “un animal dolorosamente erótico”. Las protagonistas, conscientes de su poder, escenifican verdaderos cuadros sadianos. Recordemos que la naturaleza sadiana es esencialmente cruel; los males de unos son el bienestar de otros: para que unos nazcan, progresen y sobrevivan, otros han de morir y someterse. Hay también en el erotismo, al mismo tiempo, unaburla irrisoria sobre el saber institucional y la imposibilidad de la ley, el nacimiento de hijos del enemigo. Los cuerpos de Ana quieren celebrar un rito, un sacrificio, hacer justicia en sus movimientos, escribir la historia en su piel.

Un cuerpo jurídico es también un texto sobre incorporaciones y exclusiones, sobre la legalidad del “otro” movido por un angustiante reclamo de justicia. CUERPO–LEY–DELITO, enuncia la Antígona Furiosa de Griselda Gambaro y dice: “Vence el deseo. ¿Y dónde quedan las leyes del mundo?” Apropiarse de las técnicas de la violencia ejercida por la retórica del poder para la liberación de una memoria justa.

Quinta llave. “¿Un recuerdo puede ser pornográfico?” Pornografía/foto/imagen:

Ajusto el lente para comentar esta pregunta que guía y tensa el relato. La narradora agrega: “¿hasta qué lugar del cerebro que no pensaba igual que la pelvis las fotos de los ahorcados comenzaron a excitarme?” Guerra y pornografía es una relación que podemos pensar desde la remota historia hasta llegar a la reciente referencia de la cárcel de Abu Gharib, en Bagdad, porque parece que el aparato bélico/la lógica genocida sostiene que no basta con aniquilar un cuerpo, que ya es demasiado, sino que antes es necesario hundirlo en la morbosidad más salvaje; cuerpos atados, ciegos e inmovilizados que luego se orinan, se pasean con cadenas de perro, se humillan, se FOTOGRAFIAN. La autora expresa al respecto: “El mundo no ofrece más que la explotación del cuerpo en todas sus formas: la fábrica, la prostitución, la violación. El cuerpo agraviado se vacía de causa, de origen, de especie. Pero hay que resistir”…y la poesía pareciera ser su mecanismo de resistencia a la “enajenación de cuerpos consumidos”.

Sentido que aparece en la sección final, titulada Karabagh: la protagonista propone el arte como un acto terrorista, de amor y crimen; cómo se infiltra la inspiración artística en la violencia sobre el cuerpo de las acciones únicas: “Un cinturón de explosivos hecho de triperóxido de triacetona. Una producción simple extremadamente volátil”; de un modo audaz se verbaliza esa imposibilidad de dejar de mirar un cadáver, un cuerpo en pedazos.  Acá no puedo dejar de pensar en Artaud, en el teatro pánico de Arrabal; el escándalo como una fuerza remecedora, una acción única de pulsiones y formas. El texto muestra esas piezas volando, esos fragmentos que el narrador dispone para que el lector le dé un sentido. Por ejemplo, cuando la protagonista afirma: “Elijo morir una vez en un mundo que me niega la tierra. Elijo morir otra vez aquí ¿Escuchas el cinturón de explosivos sobre el papel, la carta, mis palabras como himno que te besa?” Escribir como un acto de inmolación, y la frase, el párrafo, como un doloroso enjambre de palabras.

Está la violencia «sufrida» por el personaje, pero también está la violencia que la autora aplica al texto que, según otra lectura, podría desplazarse al lector para instalar, al menos, el espacio lingüístico de lo que ya no está.

Mención aparte merece la promisoria editorial Ceibo de Chile, bajo la conducción de los escritores Dauno Totoro y Eugenia Prado, que a un año de vida cuenta con un nivel excepcional. Como dice su proyecto, “libros de calidad y firmeza para salir al mundo como se debe”; así han tejido su colecciones de ensayo político, narrativa, fotografía y poesía. A su catálogo se suma otro libro tenso y resistente:Mar Negro, de la autora argentina Ana Arzoumanian.

Ahora lanzo estas llaves al mismo para sumergirme y tomar otras, hundidas en el fondo del océano de la autora. Por ahora, pienso en frases de Ana que resuenan y palpitan como un mantra:

“Hay un compromiso de atravesar ese silencio y de decir, pero cómo se dice eso, qué forma le doy”.

“¿Cómo se concibe un deseo muerto?”

“Algo empezaba de golpe, algo terminaba de golpe”.

“¿Un recuerdo puede ser pornográfico?”

“Cuando digo la palabra casa, en mi boca se forma una casa entera y me resulta difícil pronunciarla…Y no sé por qué me sale la calle, si hay alambres y puertas y paredes, y perros y rejas”.

“Están huérfanos de verbo el asesino y la víctima”.

“Tengo que poner las cosas por escrito, de lo contrario, no habrá delito”.

“Acaso la filiación sea una manera de escribir con luz sobre el cuerpo”.

“Transformar el odio en belleza”.

Sí.

“Transformar el odio en belleza”.

Ana Arzoumanian

Mar Negro

Editorial Ceibo

Santiago, 2012