La escritora y académica reedita por el sello Recta Provincia de la UDP su elogiado libro No aceptes caramelos de extraños (2011), que reúne once relatos que escarban en las relaciones familiares, de pareja y los límites y desbordes del deseo sexual. A cargo además del Curso de Crítica Literaria de la Escuela Crítica de Valparaíso, que comienza esta semana, en esta entrevista la autora repasa el ejercicio de releer su propia obra, los días de pandemia, la creación en el encierro y el cada vez más cercano proceso constituyente: “El ejercicio de lectura crítica debe ser incorporado como una práctica ciudadana”, comenta.
Por Pedro Bahamondes Chaud

Este año y el que pasó iban a ser de viajes y traducciones, pero la peste frustró todo. Cumplió 50 años durante la pandemia y, como muchos, Andrea Jeftanovic (1970) cuenta que se vio obligada a replantearse toda. “Ha sido un período de intenso aprendizaje y de pequeñas revoluciones. Quizás lo que más destaco es haber recuperado una actitud de alumna: me puse a leer de ciencias, a seguir otras rutinas, retomar idiomas, a relacionarme de otro modo con mi casa, los objetos, la materia. Y, al mismo tiempo, es algo deprimente la alienación a la que estamos enfrentados, viendo a pocas personas, hablando por medio de pantallas, llenos de restricciones. Extraño la vida sinestésica”.

Con todo, el encierro no pausó los planes de la escritora, crítica de teatro y académica chilena (Universidad de Santiago de Chile), y autora, entre otros, de la novela Escenario de guerra (2000), Monólogos en fuga (2006), Geografía de la lengua (2007), No aceptes caramelos de extraños (2011) Destinos errantes (2018) y títulos de no ficción como Escribir desde el trapecio (2017), Hablan los hijos (2011) y Conversaciones con Isidora Aguirre (2009). Aún en días de encierro, se divide y concentra sus energías en varios proyectos simultáneos: una nueva novela sobre las obras teatrales de la fallecida dramaturga y creadora de La pérgola de las flores, otro junto a la fotógrafa Julia Toro, un tercero de ensayos sobre mujeres caminantes y, aún más reciente, un texto a partir de cartas y documentos en serbocroata que la han vuelto a conectar con sus orígenes.

Dentro de unas semanas, llegará también a librerías una nueva reedición su libro No aceptes caramelos de extraños (2011), que reúne once relatos que escarban en las relaciones familiares, de pareja y los límites y desbordes del deseo sexual. Premiado por el Círculo de la Crítica a la mejor obra literaria ese mismo año y publicado ahora por el sello Recta Provincia de la UDP en su octava edición.

¿Qué significado tiene para ti este libro, y cómo fue volver a leerlo y a entrar en esos once relatos?

Estoy muy contenta porque estaba agotado y esta versión también me permitió incorporar pequeños ajustes y pulimientos del aprendizaje del diálogo con su paso por otros lectores, países e idiomas. Para mí fue muy sorpresivo lo que ha ocurrido con el libro, porque salió en un sello muy pequeño (Editorial Uqbar), que ya no edita ficción, y cuando se decía “nadie lee relatos, olvídalo”. Y, de un modo lento y misterioso, se fue abriendo camino. Es un libro que me ha hecho viajar mucho y hablar temas algo complejos. Además, ha sido curioso ver que en cada país se genera una lectura y un debate particular. Me ha hecho interactuar con públicos curiosos, o inesperados para una autora, como un grupo de psicoanalistas en Dinamarca, en las escuelas de Derecho o en grupos de ética en medicina. De algún modo creo que funcionó la idea de los dilemas morales.

¿Eres de releerte?, ¿te parece un ejercicio necesario?

No, para nada, con todo lo que hay para leer y por hacer, pero ocurre que el libro, sin buscarlo, ha transitado por distintas ediciones en otros países como México, España, Argentina, Cuba y Costa Rica. Además, ha sido traducido al danés, portugués, y próximamente al serbio. Y en cada ocasión he tenido editores de lujo y se ha producido ese espacio de revisión por diferencias de expresiones, contexto o sensibilidad. Se ha dado entonces ese espacio de pulir líneas, ajustar el tono. En esta ocasión trabajar el texto con Felipe Gana ha sido una excelente experiencia.

¿Cómo pasa, a tu parecer, el tiempo a través de tus libros y tu escritura?

Creo que de las cosas que más me seduce de la literatura es su ritmo lento. Yo siempre digo que la literatura es una forma de pensamiento lento, depurado, rítmico, de vaivén más que de flecha. Más allá de un libro específico, creo que con el tiempo el proceso creativo va decantando con una serie de experiencias y materiales. Desde ese punto de vista, el tiempo para un autor es solo ganancia. Creo que se van sedimentando referentes y un modo de organizarlos que hace enfrentar al texto con más espesura. Corregiría siempre, vas incorporando algo de ese tiempo y del aprendizaje de estar vivo en mutación, en eterno cambio. Como una existencia contradictoria: fuente de dispersión y de extravío, y al mismo tiempo, un lugar para acceder a materiales artísticos y culturales que son disparadores e insumos vitales para la creatividad.

¿Qué has sacado en limpio y qué sigue siendo un enigma para ti durante este periodo que partió con la revuelta de octubre de 2019 y siguió con la pandemia?

Imagino que para todos ha sido un pequeño terremoto, un verdadero abismo y un cambio de época. Hay paradigmas que se decontruyeron y estamos en esa etapa de refundar otros. Es inquietante pero desafiante estar en esta “etapa de umbral” es necesario estar con los ojos muy abiertos para comprender eso que se está gestando. Es un momento de enorme incertidumbre y ebullición. Me cuesta pensar en una opinión categórica de lo que he sacado en limpio. Pero quizás la comprobación de intuiciones muy básicas: las democracias tienen límites de desigualdad y acá la fractura era esperable.

Que el neoliberalismo trajo una concentración económica obscena. Que el progreso debe estar circunscrito a principios eco-sustentables. Que los territorios son muy importantes para organizarse, que la política parte de lo micro a lo macro (por eso celebro las asambleas, las ollas comunes) y que son necesarios todos los saberes en un país. Y una certeza incuestionable: que la cultura y la literatura han sido y son un pilar emocional, una caja de resonancia de una sociedad. Que la literatura contiene el secreto de los pueblos. Nadie hubiese resistido la pandemia sin libros, cine, documentales, arte visual, etc. Y, lo que, siguiendo un enigma: la muerte, la fragilidad humana, la brecha entre la organización civil y la clase política, los estados nación.
Y en un plano más personal, la adolescencia de los hijos, la templanza de mis perros, la calma de la hamaca, la casa que siempre ofrece secretos, la respiración de la pareja, los sueños que insisten asomarse en la mañana. Me gustaría desentrañar la respiración entrecortada y el desprecio al ritmo vertiginoso de la vida pandémica.

¿Ha sido, a pesar de todo, un periodo provechoso para ti en términos creativos?

Sí, muchísimo. Estaba escribiendo un libro de relatos, pero con pandemia surgió una novela que me tiene atrapada. No es una escritura realista pero sí se cruzó la experiencia del encierro, del miedo, del caos que explora en distintas voces y textualidades. En especial, estoy dándole vueltas a la voz colectiva, a la superposición de perspectivas alrededor de un mismo hecho.

Y, también, ha sido un período para avanzar en proyectos de archivos propios y ajenos. En cuanto a archivos “ajenos”, hay dos cosas: he estado trabajando en la edición crítica y prólogo de las obras completas, de teatro, de Isidora Aguirre que saldrán el segundo semestre por Editorial Universidad de Santiago de Chile. Y, luego, estoy desarrollando un libro con la fotógrafa Julia Toro y su mirada al oficio y a su trayectoria. Ha sido en base a entrevistas, conversaciones y textos. Para mí es muy importante relevar el trabajo de las precursoras y trabajar en alianzas con otras artes. Me gusta mucho lo visual. Y, he aprendido mucho con esas dos duplas.

En relación a “archivos propios”, ocurrió que por azar comencé a recibir demandas legales de mi lado balcánico y eso me llevó a recuperar un material de cartas y documentos en serbocroata con los que estoy trabajando mediante traducción. Veremos a dónde llego con eso, es un viaje incierto. En mi faceta de ensayista, estoy escribiendo ensayos sobre las narradoras caminantes.

Formas nuevamente parte de la Escuela de Crítica de Valparaíso. ¿Qué relevancia cobran hoy para ti este tipo de encuentros e intercambios, y cómo ves el rol de la crítica literaria en tiempos en que ha perdido espacios y no encuentra tribuna en lectores y audiencias más jóvenes?

La experiencia de la primera edición fue una maravilla y un desafío. Primero, dar clase vía zoom a un amplio grupo, de diversas formaciones, edades y lugares de residencia (desde Valparaíso a Cabo Verde). Tuvimos muchas autoras invitadas, lecturas sugestivas y creamos una burbuja, un espacio de reconocimiento, de contención en medio del desastre. Espacios como la Escuela de Crítica de Valparaíso, organizada por La Juguera Magazine, liderada por Alejandra Delgado, son fundamentales para que la cultura y la literatura se democraticen. Mi apuesta es por la literatura porque creo que allí todavía hay opacidad, imaginación y provocación. De pronto estamos inundados de libros, libros de ciencia, filosofía, historia que están muy bien, pero nos faltan lectores para ese espacio más misterioso y revelador, de sueño colectivo y claves de los tiempos que contiene la ficción.

Es importante que el ejercicio de lectura crítica se incorpore como una práctica ciudadana, la de ser lectores atentos a desentrañar proyectos narrativos, trazar imaginarios, giros en el lenguaje, comprender en qué sentido un buen texto literario es una caja de resonancia de una época y de la experiencia humana. Y claro, frente a la jibarización de los espacios críticos literarios, bienvenido aumentar esa plataforma de potenciales críticos. Además, porque a veces me parece se cultiva una crítica evaluativa, prefiero levantar un espacio expansivo con más más preguntas y menos juicios. Y, como ciudadana, pienso que será muy importante ser buenos lectores para ser buenos autores de la nueva Constitución. En Chile vociferamos mucho de modo impulsivo, nos falta leer y escribir, lo que implica silencio, introspección, abstracción y creatividad.

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