En las librerías nacionales se encuentra la reedición de su clásico No aceptes caramelos de extraños, un volumen de 11 cuentos donde relata historias de gente dañada, conflictuada, y que de alguna forma interpelan al lector. En conversación con Culto, la escritora chilena se explaya sobre el libro.

Es original de 2011, y es uno de los buenos libros de cuentos que se han publicado en Chile en los últimos años. Pero se encontraba descontinuado, hasta ahora. Hablamos de No aceptes caramelos de extraños, de la escritora nacional Andrea Jeftanovic. Hoy está de vuelta en las vitrinas con una nueva edición realizada por Ediciones UDP. Además, cuenta con 6 ediciones en otros países de habla hispana y ha sido traducido al danés y portugués. En Brasil y Cuba la primera edición en el primer año.

Se trata de una colección de 11 relatos, todos en óptica hiperrealista, donde trata temáticas que tienen algo en común: personajes dañados, que arrastran conflictos que terminan por golpear a otros. Recorre zonas incómodas, aunque, ese es el mérito de la buena literatura.

“Jeftanovic pone el ojo en los vínculos nucleares, dijimos, pero mejor sería decir que pone el oído, el olfato y el gusto –explica en el prólogo de esta edición la escritora argentina Mercedes Halfon–. Su prosa, movediza e intensa, se desarma en imágenes sensuales, haciéndonos sentir, más que ver, las historias que nos presenta. No se trata de cuentos por los que sea fácil deslizarse: cada uno de los relatos que integran este libro presenta un modo diferente de perturbación. La experiencia de lectura nos introduce en una sensorialidad exacerbada, sugestiva, conducida por narradores o narradoras –según el caso– que no nos permiten ni por un momento salir a respirar”.

Motivada por Culto, Jeftanovic retrocede la cinta para adentrarse en los días en que escribió los relatos. “Tengo algo borroneado cuando comenzaron estos relatos, fue una etapa solitaria y de muchas exigencias vitales entonces tenía muy poco tiempo para escribir. Sin embargo, recuerdo dos sensaciones: la urgencia y el miedo. Y, como ciudadana, me daba vueltas la impunidad, la violencia, las vidas vulneradas, la fragilidad. Y así leía el diario, escuchaba las conversaciones y observaba. Algunos de estos relatos los fui enviando a antologías extranjeras y comencé a tener buenos comentarios, entonces, los fui organizando en un volumen con ese eje en común”.

¿Pudiste trabajarlos en algún taller literario?

Siempre tengo amigos lectores de los manuscritos en desarrollo. Soy una autora muy permeable en el proceso. Son lectores secretos, pero ellos saben quiénes son. Y, al mismo tiempo, tengo lecturas imaginarias con autores que me resuenan en el proceso de escritura. En esta ocasión fueron Angélica Liddlel, Henrik Ibsen, Michael Haneke, Claire Keegan y tantos más.

Este fue tu segundo volumen de cuentos, y ya llevabas publicadas dos novelas anteriormente. ¿Qué tal lo de escribir en ambos territorios que son tan distintos?

Me interesa mucho cruzar géneros literarios, o más bien contaminarlos de un lado a otro. Porque mi propia vida es así, junto con ser escritora soy académica, en el Departamento de Lingüística y Literatura, en la Universidad de Santiago, entonces cultivo la investigación y el ensayo. También me he dedicado a la crítica de teatro, por ende, robo elementos de la dramaturgia, y soy una narradora aficionada a la poesía. Y sin duda, hay algo cautivador en la escritura breve, condensada y simbólica del género del relato. Y esta ocasión la prosa poética fue el refugio para ahondar en problemáticas difíciles.

Por otra parte, la hibridez me persigue, pues también ese dato está en mi biografía, me formé en un entorno interreligioso e intercultural y es el lente con lo que leo y escribo. Entonces en cada libro intento, forzadamente, hacer confluir todos esos registros, todas esas herencias: salir de las categorías cerradas, en el roce de lo fronterizo surge lo inesperado.

 

 

 

 

“Lo más difícil es salir de tu propia censura”
En varios de los cuentos tocas temáticas donde los personajes se incomodan, sufren, como el incesto en el primer cuento; o el hijo de padres exiliados que debe pasar su infancia solo; o el hermano mayor que odia a su hermana pequeña; o el matrimonio que se quiebra en una rutina estéril. ¿De dónde viene esa vocación por narrar ese tipo de experiencias?

Quizás porque me propuse trabajar personajes que se enfrentan a experiencias límites, no porque me interese el escándalo sino porque de ese modo los enfrentaba a una pregunta moral, sobre cómo resolvemos dilemas, a qué reportorio emocional y ético acudimos. En la ficción, no en la vida porque puede ser muy doloroso, me interesa empujar a los personajes a un abismo porque allí se da la posibilidad de transformación, de ver una alquimia en su psiquis, en su punto de vista. No sé si lo logré, pero ahí quedan en esas latencias porque, de hecho, todos los relatos tienen un final abierto, ambivalente. Me interesa trasladar ese dilema al lector, inquietarlo, incomodarlo. Ni siquiera yo como autora tengo claro qué haría en cada circunstancia, no estoy segura si el personaje tendrá el arrojo de hacer que eso que se debate. Hay algo de la catarsis y el lance patético de la tragedia griega.

Artículo original : La Tercera – Culto 22/10/21