Por Jorge Letelier
Como parte del #CicloMujeresCreadoras del Fondo de Medios, entrevistamos a la escritora chilena Andrea Jeftanovic, quien ha escrito crónicas, novelas y críticas de teatro. Esto fue lo que nos contó.
Respecto a la crónica de viajes Destinos errantes, siempre se asocia que la crónica de viaje es casi un subformato periodístico. Lo asocias con elementos de ficción para buscar un cierto punto híbrido pero, al mismo tiempo, muy personal. ¿Cuál es el ejercicio que haces desde esa narración, desde el viaje objetivo, entre cruzada con la creación literaria desde la ficción?
El relato de viaje es un relato donde confluye todo. Esa visión como de muchas materialidades, es algo que me interesa mucho, y creo que en general he pensado en mis libros así, con materiales diversos, medios híbridos. El relato de viajes tiene todo; geografía, historia, antropología, apuntes del diario íntimo, tiene una mirada cultural, incluso paisajes, es bastante visual. Estaba con la idea de pensar un texto donde se camine, donde haya un desplazamiento, donde no sea fijo. Por eso el título Destinos errantes y que también, tiene que ver con algo que es una excusa, de pronto algunos viajes forzarlos a que se transformen en relatos de movilidad.
Me interesa mucho la digresión. Estamos entrenados en una narrativa que tiene que tener una trama y una progresión muy clara, que de pronto, me interesa la narrativa y la escritura como una forma de pensamiento, una forma de pensamiento digresivo y, se asemeja mucho al acto de caminar y esta idea de conectar cuerpo y mente. Justamente estamos tan disociados, supuestamente la mente no tiene nada que ver con el cuerpo. Algo sucede con la experiencia y con el conocimiento que se adquiere de otro modo cuando está el cuerpo involucrado.
Confieso que me interesó explorar la idea de una mujer caminando en el espacio público. Quise pensar eso. Quise cruzar fronteras de todo tipo, no solamente geográficas, cómo enfrentarme a temas que son ambivalentes, conflictivos y sin perder esa mirada intimista.
A pesar de lo que tú dices de una mujer recorriendo un espacio público, también hay un trabajo introspectivo, porque mucho de esos viajes y trayectos son para tratar de entender y componer una cierta identidad que es propiamente tuya, que tiene que ver con tus orígenes o tus gustos literarios…También es un viaje muy introspectivo…
Está este móvil universal de viajar a los orígenes y que estos pueden ser étnicos y culturales, pero también, son tu formación literaria. Esa lectura que has hecho a solas, de cómo te transformaste en lector y autor, para mi tenía que ver con esos distintos ejes. Como digo en el inicio del prólogo, como “viajar lejos para entender lo más íntimo” que es un ejercicio medio tramposo, de modo que estos viajes tan hacia afuera, tan lejanos en un punto, porque hay uno que ocurre en Santiago pero la mayoría de ellos ocurre lejos de Chile, lo que implica una experiencia de locación geográfica, de extrañamiento, pero justamente también ahí se puede posibilitar ese lugar de introspección, de verse con distancia, de verse desde afuera.
Me interesa mucho, he pensado en mi narrativa, el cruce entre la biografía y la historia, donde se mezcla lo más íntimo con los tiempos que te tocan vivir.
Tu trabajo se caracteriza por ser una especie de mezcla entre varios formatos. Está la investigación, la crónica, el cuento, la novela, pero al mismo tiempo tú eres lectora de poesía, que es una de tus primeras fascinaciones. ¿Cuál es el espacio que te define? y ¿Cómo entiendes tu trabajo y tu estilo que has ido desarrollando?
Me interesa y, de pronto, no de un modo tan deliberado, como un impulso por pensar distintas textualidades de los géneros. Por ejemplo, cuando hablabas de la poesía, es muy cierto, yo soy una lectora bien devota de Cesar Vallejos, me interesa mucho el giro lingüístico de Olga Orozco, de Blanca Varela, Mistral, Neruda, Huidobro, Zurita. Lo que tiene la poesía que me atrae mucho es la posibilidad de la condensación. En una imagen tú puedes reflejar el dolor, la inquietud, la angustia existencial. De pronto esa síntesis, esa condensación a través de una imagen visual es algo que me acomoda bastante, que me evoca mucho para poder escribir. Al mismo tiempo, tengo una formación diversa como todos y he intentado que todo eso sea un plus y no sentirlo aparte. Como que soy la Andrea ensayista o la autora que hace narrativa, por mucho tiempo lo llevé así y no era muy prolífico ni verdadero. Desde mi primera novela Escenario de Guerra está la mezcla del formato teatral de la escena, de la representación, de pensar las escenas como algo que se monta, en la novela El diario de viajes. Luego en Geografía de la lengua es una mezcla de un ensayo de un amor en una época media global, de tensiones políticas y del género de la novela.
En los cuentos hay algo periodístico por la crónica roja, pero llevada a un lenguaje intimista, y el libro de Isidora Aguirre que es otro libro que mezcla muchas textualidades, donde me parece interesante que dialoguen esos distintos códigos y voces, porque está la entrevista, el testimonio, los diarios de vida, las palabras de otras personas. Me parece muy interesante como, de algún modo, esos distintos ritmos van ensamblando y generando una sintaxis, una poética extraña. Eso es lo que más me interesa en los personajes. Si uno logra, al menos, poder descubrir y registrar la sintaxis psíquica de tus personajes, de sus emociones, de qué los mueven, qué temen. En Destinos Errantes pensé en una sintaxis mía de qué significaban esos viajes a los orígenes, viajes a fronteras que te enfrentan a dilemas, junto con las noticias, con documentos históricos, geográficos, con pensar los mapas, soy bien viajera y patiperra y por eso creo que en los viajes está todo. Están los mapas que siempre son políticos y polémicos, las fronteras también. Están ahí desde que uno se despierta y pasa del sueño a la vigilia y uno siempre está atravesando fronteras donde manejan distintos códigos y distintas textualidades. Tenemos que siempre hacer un esfuerzo por esa transición, por ese paso de un momento a otro.
A ti te gusta mucho la poesía. ¿No has publicado poesía?
No. Le tengo muchísimo respeto a la poesía, creo que nunca voy a escribir. Lo más cercano que me puedo sentir a veces es que hago cierta prosa poética. Por lo que te comentaba anteriormente, me interesa la síntesis y también la belleza. El horror del mundo y de la historia, de algún modo puede tener un espacio de reflexión y lectura si está refugiado en el arte. En el arte de algún modo se sublima o se lleva hacia afuera, eso que nos inquieta y que nos duele. Ese poder estético que tiene el arte, creo que es importante y se logra a través de la poesía. Creo que nunca voy a estudiar o voy a escribir teatro, si bien veo mucho teatro y hago columnas de teatro, también es un arte que le tengo respeto. Sin embargo, le robo cosas a la poesía y al teatro.
Hablaste recién del horror, eso me lleva a pensar un poco de tus orígenes, un poco de tu construcción biográfica. La familia de origen ruso judía, pero también Serbio. Está la guerra de Los Balcanes, pero al mismo tiempo se entre cruzó con el horror o la historia de la violencia en Chile. ¿Cómo construyes una identidad literal o artística a partir de estos trazos biográficos que están tan marcados por la violencia?
Ha sido como el gran móvil de la escritura pensar en la violencia, en la memoria, la violencia en la historia. Cómo se puede escribir sobre estos escenarios, esa es una gran pregunta post Segunda Guerra Mundial o desde antes. Siempre hemos tenido una historia de la violencia, que ha sido la historia de la humanidad en algún punto. Como bien dices, mi biografía se puso en todas estas situaciones, entornos muy violentos, momentos pivótales de la historia. Vengo de padres inmigrantes que se vienen a Chile por la Segunda Guerra Mundial, escapándose, pese a que vienen de orígenes bien distintos. Mi padre, que es balcánico, de la ex Yugoslavia, y mi madre que es judía y que viene desde Bulgaria, pasando por Panamá. Ellos mismos portan esa memoria y, de algún modo, todos estamos vinculados con nuestros ancestros en un punto incluso medio simbólico e inconsciente.
Luego, yo creo que le sucedió a mucha gente en Argentina y Chile, que podría provenir de esos escenarios, se encuentran con la dictadura chilena y es sumamente traumático porque ese horror se repite, es una especie de pesadilla. del eterno retorno, del horror, del desastre, de la desaparición y es tan difícil ponerle palabras a eso. Todo el arte chileno se ha preguntado sobre eso, en documentales, muchas novelas, el cine, Patricio Guzmán, sobre todo con El botón de nácar. Yo hablaba en algunos artículos del concepto del agujero negro, todas las circunstancias históricas donde aparecen los narradores y deben narrar sobre eso que colapsa a partir de la violencia, cómo de algún modo, uno intenta rescatar ese material que generó un agujero negro, un vacío, que es algo difícil de comprender, de explicar, que implica desde cuerpos desaparecidos, implica tejidos sociales que se deconstruyen. De algún modo, uno busca ese material misterioso para poder entender una partícula de ese momento crítico, donde se cruza la violencia y la memoria y, de algún modo, todas las generaciones, en todos los contextos violentos, no solamente en Chile, en Latinoamérica, podríamos pensar en lo que ocurre con lo que pasa en el Medio Oriente, estamos intentando explicar o retener ese desastre. Me pasa que tengo la fe o pienso que.de algún modo, la literatura alberga los secretos de los pueblos. En Destinos Errantes aparece esa frase, y si uno piensa, desde Alemania, Austria, Brasil, siempre está esa pregunta por el desastre.
Hay una cosa que me interesa mucho, que es el teatro de lo absurdo, y creo que la gran obra del Siglo XX que cada vez que la leo me produce una cantidad de preguntas infinitas, es Esperando a Godot. De algún modo todos esperamos esa nada, ese agujero negro de cuando perdimos el sentido, cuando el lenguaje se transformó en algo sospechoso o que no daba cuenta de la experiencia humana. Ese estar en la vereda del camino, a la intemperie, como al lado de un árbol seco, ese es como un paisaje lunar, algo impresionó y nunca más se ha podido reconstruir.
Y cuando nos va quedando sola la memoria quizás para poder agarrarnos de algo…
Memoria y violencia ha sido como el gran móvil para mí de los textos. Incluso en los cuentos de No aceptes caramelos de extraños y poder parecer textos más intimistas. Está muy cruzada la violencia social dentro de espacios íntimos y pienso que es una violencia tal vez de una sociedad más de los 90, siglo XXl, del 2000, pero que es una violencia que de algún modo puede estar en el sustrato de la dictadura, como que nos quedó en nuestra mente como psíquico. Es una violencia que ahora se desata dentro de las cuatro paredes y todos estos casos que estamos leyendo permanentemente, de la violencia feroz contra los niños, todos estos casos de abuso, de los femicidios, la violencia política se trasladó a espacios privados, esa esfera íntima.
De algún modo alteró el modo en cómo nos vinculamos, que es un modo autoritario, un modo cruel, jerárquico, de humillación y no de encuentro y colaboración. Son estos espacios más álgidos, pero me interesó reflexionar sobre eso. De hecho, las 11 historias tienen que ver con ciertos tabúes, con revertir la idea del abuso, es un juego literario para poner al lector en un lugar incómodo. En el último cuento quise pensar el tema de la eutanasia, que también puede ser violento, obligar a alguien que se someta a todo lo que la medicina dicta, si no está en su voluntad. El tema de la vida y la muerte creo que es un espacio complejo del libre albedrío.
Uno de los relatos de Destinos Errantes es cuando tú vas a Serbia a buscar los orígenes de tu familia y lo que te encuentras es que no hay nada y que está todo destruido y más allá de lo literario es una confrontación muy dolorosa y también un poco lo que hablábamos de Beckett, en el sentido de que uno se aferra lo que en la raíz no está.
Eso fue un viaje bien impresionante porque lo interesante es que los inmigrantes tienen mucho relato. Lo único que tienen los inmigrantes son relatos. Hoy en Chile le va a suceder lo mismo con la migración haitiana, colombiana, ecuatoriana, donde la gente viene aparte como una emergencia, se vienen con una maleta y sería todo. Ahí en adelante lo único que le puede transmitir a la nueva generación son relatos. Vamos a llenarnos de relatos. La gente, cuando se distancia, tiene una nostalgia permanente que solo puede revivir el lugar de origen a través de relatos, de memorias, recuerdos, alguna que otra fotografía. Crecí entre relatos de lugares muy distantes, muy remotos, que se transformaron en esta especie de tierras prometidas, idealizadas, porque se deja algo contra la voluntad y cuando me tocó y tuve la posibilidad de ir a Sarajevo, la ex Yugoslavia, actual Bosnia-Herzegovina, fue bien impresionante porque fue literalmente un viaje a las ruinas, como habla Benjamin. Las civilizaciones son solo ruina, me tocó, literalmente, enfrentarme a que todos los edificios que mi familia recordaba y que, de algún modo, te iban transmitiendo y describiendo, eran edificios llenos de agujeros, por los morteros, todas las calles destruidas, los edificios sin techo, el pasto había empezado a crecer dentro de las instalaciones. Habían lugares, que siguiendo una dirección, llegábamos con mucha dificultad y era un cementerio, que era como un lugar fuera de Sarajevo, era un cementerio lleno de tumbas y veías también el drama de la guerra de Los Balcanes porque había tumbas con la media luna musulmana, hubo bastante persecución a la población musulmana con la cruz, que es una cruz distinta de los cristianos ortodoxos, la cruz católica, quizás por ahí que una otra estrella de algún muerto judío. Veías como justamente la convivencia multicultural estaba entre medio de las tumbas.
¿Tu raíz familiar no estaba?
No, estaba todo destruido, todo era ruinas, de modo que fue fuerte. En cada una de las historias, pese a lo trágico, a las fronteras trágicas a las que me enfrento, quise jalar la hebra humana que hay en cada una de esas historias. Por ejemplo, ahí en Bosnia, sin ninguna planificación, más en Sarajevo, supe de este túnel y me pareció que la escritura tiene que tener una apuesta a futuro, y jalar estas hebras humanas tiene que ver con eso. Cuando descubrí este túnel subterráneo que tenía que ver con poder liberar a la gente mientras estaba la ciudad sitiada, llevar alimento, medicinas, que la gente pudiese salir, fue interesante hacer esa lectura paralela con La Divina Comedia, con esta idea de ir con un Virgilio, recorriendo un Sarajevo donde todavía había una noción de dignidad y solidaridad. Eso intenté hacer en los ocho o nueve relatos, de pensar que hay una hebra humana.
También en el conflicto Palestino-israelí, con lo espantoso que es, de pronto encontrar una hebra mínima, encontrar este grupo de padres, de familiares que han perdido víctimas en el conflicto y pensar que hay otra forma de hacer tribu, de hacer familia, que yo creo que es la única forma de poder salir de ese conflicto tan terrible y muy asimétrico. Pensar que donde hay una atrocidad también hay un ser humano que está defendiendo una historia que vale la pena contar.
A propósito de lo que es el holocausto judío y algunos intentos que han ocurrido en la historia de negar, pero hoy día hay una oleada de negacionismo a todo nivel. Incluso desde refutar pruebas científicas. ¿Qué te sucede cuando existe esa idea de borrar pasados y memorias?
Eso ocurre en relación al holocausto judío y en relación a varios escenarios. Creo que tiene que ver con una oleada de fanatismo en general. Porque el fanatismo no tiene razonamiento, tiene una cosa media irracional, lejos de la ignorancia, yo creo que muchos de estos temas tienen que ver con el conocimiento, con la historia, con las evidencias, con lo que dice la ciencia respecto a lo que sucede en el planeta. De modo que no podemos instaurar verdades fanáticas, sino que, tenemos que dialogar con las fuentes de conocimiento. Si hablamos de hechos históricos habría que manejar. Creo que hay una ignorancia que ha sido sumamente nefasta para el planeta y para la historia del ser humano. Uno ve de pronto negacionismo respecto a que eso nunca sucedió y habría que empezar a leer a Primo Levi, como cosas evidentes. Un campo de concentración no es una obra arquitectónica que se haya hecho como Disney World y te lo imaginas. Veo una intolerancia hacía los grupos minoritarios porque, así como se atacan sinagogas, también se atacan las mezquitas y hay una persecución al inmigrante, que es el que trae enfermedades, una serie de prejuicios e ideas que son como en la época de Hitler. Pensar que el distinto es el que trae enfermedades, el que está corrompiendo la sociedad, responsable del desastre económico. Se echan a volar una serie de creencias en post del fanatismo, del racismo, de persecuciones, una mirada muy fascista.
También pensar que siempre la historia va más allá de del fanatismo, todos los relatos nacionales son narrativas muy potentes. Uno ve también en Chile como la narrativa de la derecha se confronta con la de la izquierda y tenemos que lograr que estas narrativas generen empatía pero también se tienen que acoger a hechos históricos, tú no puedes omitir el informe Rettig en Chile, no puedes omitir el informe Valech, ni una serie de personas que todavía están vivas, incluso, no puedes omitir el destino de personas que no saben dónde están, que es un punto ciego.
De algún modo tenemos que ir a eso. Me preocupa un mundo donde la ignorancia esté sobre el conocimiento. Sin embargo, soy una persona agnóstica, pese a que soy de la tradición judía y creo que lo que tenemos que pensar es en gobiernos laicos, en todos los lugares del mundo y nos tenemos que regir por conocimientos, por lo que dijo la ciencia, la historia. Si no, vamos a volver a momentos muy negros que está viviendo algunos países como Brasil, donde se niega una serie de avances sociales, de conquistas, de derechos civiles. Hay una cosa incluso hiriente. Estamos en un momento aparte con el cambio climático, donde debimos haber escuchado a la ciencia, hace mucho antes y no dejarnos llevar por las creencias. El tema de ciencia-creencias, pensando incluso que, en la historia, una ciencia más humanista y narrativa, pero tenemos que volver a paradigmas racionales, acuerdos como lo viven los seres humanos y cada uno impone su creencia, de que no hay calentamiento global, de que los inmigrantes son los culpables de todo. Bienvenida la cultura, la información, la reflexión, la crítica que creo que escasea en estos tiempos.
Hablemos de teatro. ¿Cuándo surge esta relación tan íntima, este amor con el teatro? Porque Escenarios de guerra es una novela que está escrita como una puesta en escena dramática, estos apuntes, esta mirada, esta forma de presentar las acciones y los personajes que te llevan a una estructura dramática.
Partí siendo una espectadora amateur, me gustaba mucho ir al teatro, me gustaba mucho el cine. Hace poco leí una columna, (una columna de Matías Rivas) decía que era de la generación que había ido siempre al centro cultural francés o el Goethe y ahí no había teatro porque la muestra de dramaturgia Europea era súper poderosa. Me acuerdo que era universitaria y también tuve una cosa con el cine, con Rohmer, me hice una consumidora cultural cuando había muy poca oferta. De modo que partí con el cine y teatro, cuando tenía más acceso a esos espacios culturales, ha sido una invitación azarosa la del teatro.
Primero, porque alguien me invitó a hacer columnas hace más tiempo, tuve dos periodos en el Wikén, más bien como escritora porque alguien me recomendó. Tuve una primera etapa de teatrera y me encantó porque era mi experiencia de espectadora. No me siento una crítica teatral convencional, no creo que cumpla el rol, por ejemplo, de Pedro Labra. Más bien fui invitada a narrar y contar mi experiencia como espectadora. Es un espacio donde me permito hacer conexiones, cuento de donde venía, qué me pasó cuando llegué a la sala de teatro. Me ha tocado ir a ver, de pronto, montajes viniendo de una protesta. Mucho de los teatros están en el eje de la Alameda y eso lo puedo narrar, puedo conectar autores, si veo escuelas.
Tengo más esa libertad que solo evaluar bueno o malo, ponerle un puntaje. Eso lo agradezco porque solamente reseño obras que me hayan interesado, las que no me gustan, siento que no me corresponde y no me entusiasma mucho escribir sobre algo que yo no entré. Veo mucho más teatro del que yo escribo, y es un excelente ejercicio.
La forma del teatro, le tengo un poco de envidia, esto de que, en un momento, tienes 60 personas transmitiendo la energía que le genera ese texto, que es algo que con la narrativa no te ocurre. Con la novela nunca sabes quién la leyó o muy pocas veces. No estás con la persona mientras lee y no puedes ver sus gestos ni su respiración. De modo que el teatro tiene una cosa vívida, única, tremendamente política porque tienes ahí como una especie de asamblea, por algo el teatro viene del mundo Griego, que me parece una experiencia única, que no la tiene ni el cine. Esto del cuerpo a cuerpo, de sentir a la persona y de ver cómo reacciona.
¿Cómo fue la investigación con Isidora Aguirre? La conociste muy íntimamente.
Lo de Isidora Aguirre fue un poco azaroso, por eso digo que el teatro me ha traído hacia el. Ahora si bien, ocurrió que cuando yo conocí a Isidora Aguirre, hice un curso en la escuela de teatro en la Universidad de California en Berkeley donde estudié. Si bien yo estaba en el doctorado de literatura, me interesó, la escuela de teatro y empecé a tomar unos optativos y me fascinó. Hice como una especialidad de modo que tuve como una formación más canónica que no tenía del teatro, de leer los clásicos y entender un poco la progresión de los movimientos teatrales de modo que si me sentía más preparada en ese sentido.
Cuando conocí a Isidora fue un flechazo, nos caímos muy bien y decía qué increíble lo que esta mujer me cuenta, porque fue por otro proyecto, es como una memoria viva. Le dije que yo podía grabarla y esa decisión de grabarla, fue cada vez confirmada, fue un acierto, porque luego pasamos a descubrir todos sus materiales. Como buena chilena conocía una o dos obras: La pérgola y Lautaro, que se dio en los 80 y una sus novelas. Cuando aparecen estas otras 35 obras de teatro y ella me iba mostrando el material, cómo investigaba, por ejemplo, Los Papeleros, que estaba la entrevista a Los Papeleros que hizo como asistente social, después cómo investigaba en textos teóricos, políticos, que tenían que ver con la época.
Luego estaba las técnicas de Brecht, la oralidad de los mismos Papeleros, Pergoleras, campesinos y, al mismo tiempo, como un testigo de una época muy efervescente, que es la formación del teatro chileno, se consolida este teatro más profesional con la generación del 50, un teatro que tiene recursos, que tiene montajes largos, con un público muy demandante y al mismo tiempo una efervescencia política. Toca los 60, va a Cuba, es cercana a Allende, colabora con la campaña de Allende, junto con Víctor Jara y Patricio Bunster, como la memoria de las juventudes comunistas, con 80 mil personas en el Estadio Nacional. Ella fue como protagonista de una época histórica única, donde la cultura y el teatro eran realmente como un eje. Junto con un talento, rigurosa, estudiosa, escribía todo, llena de diarios de vida, llena de anécdotas, todo esto con una alegría, una generosidad, un compromiso muy bonito gracias a una artista excepcional.
¿Sentiste en algún momento que este acercamiento a Isidora Aguirre y la investigación y el descubrimiento de todo su enorme trabajo, de alguna manera ayudó también a volver a resituarla a ella? Porque estaba un poco olvidada. Ahora se convirtió en lo que siempre fue, una figura canónica del teatro, pero como que ayudó a reflotar un poco esta imagen que hoy día está siendo mucho más venerada por los mismos actores y directores.
Absolutamente, yo creo que ella, después de Lautaro, tuvo como un periodo de silencio largo donde, ni la dictadura, le iba a dar el espacio por razones obvias, ahí se dedicó a hacer actuaciones de clásicos y traducciones. Luego, curiosamente, en democracia con la transición, no hubo de nuevo espacio para ella. De modo que el 2006, ocurrió algo también azaroso, que hubo varias personas de otras generaciones que se acercaron para renovar su trabajo. Uno fue Francisco Albornoz que publicó la Antología Esencial, antes su libro figuraba en fotocopias, se acercó Nicolás Superby con Cristián Aylwin, que después de muchos años terminó siendo un documental, pero partieron así sin fondos, sin nada. De una conversación, como entre dos creadoras, se convirtió en un libro, en una investigación, en un archivo, que jamás lo planifiqué, ni se me ocurrió y se fue dando solo.
De modo que empezó a llegar gente que estaba interesada en Isidora y fuimos todos multiplicando su legado. Esto ha sido un trabajo bien de equipo, yo partí con el libro, con ella, que fue increíble. Hice un doctorado, hice otro doctorado con Isidora, todas las semanas conversábamos tres o cuatro horas y aprendí una cantidad de cosas de teatro, de historia política, de lo que era la sociedad latinoamericana, entendí lo que era Cuba. Muy estudiosa.
Uno de pronto sabía más de lo que era Ranquíl el año 29´, después con todos estos recursos que te dan ganas de ir al pasado. Ella misma era una caja de pandora de conocimientos y ahora con los archivos, que es un trabajo muy en equipo, quiero resaltarlo, porque sería injusto que yo dijera que estoy sola en esta aventura. Tiene que ver con el equipo de Fabiola Neira y Pía Gutiérrez, como investigadoras y luego el equipo del archivo patrimonial de la Universidad de Santiago, liderado por Alejandra Pinto, que han hecho un trabajo increíble, de subir a la plataforma todo este archivo que encontramos de 20 mil páginas donde vemos manuscritos, investigación, la crítica de la época, sus diarios de vida y que se está poniendo al alcance de todo el público que era un poco el espíritu de Isidora con sus saberes y experiencia.
El caso de Isidora Aguirre, nos lleva también a otro terreno que es más bien del feminismo. Esta figura se anticipó a roles laborales, una figura que fue a la par un poco con la dominación machista. Además, Isidora Aguirre, no solamente era creadora teatral, sino que era una figura desde el punto de vista de género que anticipó muchas luchas y ya las tenía enfrentadas y resueltas hace décadas.
Es increíble su punto de vista de vanguardia y visionaria, porque las discusiones del feminismo hoy, ella las trabajó muy conscientemente, pero también, muy entre líneas, con encanto en sus obras de teatros, en todas sus obras hay mujeres liderando los cambios. En especial pienso Los Papeleros, con la adorable y entrañable Guatona Romilia, luego Los que van quedando en el camino, que es esta frase que toma del Che Guevara con Lorenza, Las pergoleras y ahí incluso cómo se adelantó lo que ocurrió con el movimiento estudiantil, pero esto de Las pergoleras aliada con los estudiantes, con otros trabajadores más informales contra el poder, contra el alcalde, la élite, eso es de una visión política, porque lo hizo con tal encanto, que la gente entra pensando que es algo interesante o cómico, y en entre líneas fue muy audaz, muy inteligente de mostrar la crítica política.
Ella decía que en Chile el distanciamiento crítico de Brecht no funcionaba, había que cambiarlo por una emoción política y eso es lo que logró en sus obras. Cuando vieron Los papeleros o lo que te sucede con Lautaro, con Los que van quedando en el camino es que ahí hay una emoción política, sientes como ciudadano que te mueven estas causas, que padeces lo que viven los otros y que hay que articularse con el cambio. Ella hablaba sobre un concepto de la guardiana de la especie que lo tomó de Amanda Labarca, que es esta feminista de la educación de los años 30 o 40, también es contemporánea de Gabriela Mistral, de la revista Familia, Marta Brunet, como los primeros grupos feministas pese a que ella siempre fue independiente, nunca fue parte de ninguna de esas organizaciones.
Más bien, su única afiliación que se le conoce más es con el Partido Comunista, pero ella apostaba mucho por lo colectivo, quizás ahora regresó, que nadie lucha solo y nadie gana solo, hay que organizarse. Por eso tenía un poco la idea de las mujeres podían liderar esa articulación, esa organización, que también está en Población Esperanza, la toma de terrenos con los personajes. También anticipa este modelo más colaboracionista que está ahora cuestionándonos, y no el individualismo que tal vez dominó los 90.
A propósito de la figura de Isidora Aguirre y su protofeminismo, si se puede llamar de alguna manera, ¿Cómo es el escenario de las creadoras mujeres en la literatura a diferencia de otras artes? Siento que en la literatura son más numerosas, más activas, se están visibilizando más el trabajo creativo.
Esa visibilidad, ese número y esa efervescencia de las mujeres autoras, creo que tiene que ver también con las precursoras que hemos tenido, porque pareciera que en la tradición chilena siempre ha habido hombres y no es verdad, tal vez han estado ocultas y las voces de esas mujeres han sido sumamente inspiradoras para las de ahora. Es un poco la cosa que hemos conversado ahora que nos hemos reunidos en un colectivo que se llama AUT (Autoras chilenas), porque uno ve, no solamente Bombal, Brunet, de las generaciones 50 con Margarita Aguirre, Alicia Serrana, María Elena Gertner, que también hacia teatro y telenovelas. Después con Mercedes Valdivieso, y así una serie de autoras con una potencia literaria enorme, que ha sido con una buena guía. Si nos vamos más atrás, Roxana Orrego y la misma Mistral, si uno ve todos sus textos políticos, hay también una consciencia muy clara de lo que es ser mujer en la historia. Ahora se han ido multiplicando las voces, hay muchísimas autoras escribiendo, como te comentaba, en este colectivo, fácilmente nos inscribimos 100, que estamos activamente participado en la literatura o publicando, editando, traduciendo, pero más que nada escribiendo. Ves un grupo numeroso, con una afán colectivo, muy fácil organizarnos para las mujeres, quizás ahí tenemos una ventaja y porque también sentimos una incomodidad de justicia poética.
También la historia de la literatura en Chile ha sido mucho de omitir, en antologías, muy poco representaba a las mujeres, porque es un área, tal vez a diferencia de las ciencias, donde si hay paridad de número. Sin duda, siempre ha habido muchísimas mujeres escribiendo y ahora si es absoluta paridad, sin embargo, a partir de estudios y no creencias, sino conocimientos de estadísticas del fondo del libro, la cantidad de premios que son cosas públicas, de hechos y evidencias, nos hemos ido dando cuenta que todavía falta mucho para lograr un escenario más paritario, tanto en la delegación de autores que viajan fuera, los jurados, los premiados, de modo que había ese descontento que también ayuda a organizarse y a empezar a ser más visible, más incorporada, que participemos más.
Al mismo tiempo, sucede que, si uno ve lo que está ocurriendo ahora, no solamente en Chile, sino afuera, que muchas autoras chilenas han ganado premios o han sido reconocidas. Yo creo que hay mucha más traducción en invitaciones fuera de Chile, ahora hay mucho más interés por las autoras, eso no me cabe duda. No tengo las cifras, pero uno ve el caso de Nona Fernández, Lina Meruane, Alejandra Costamagna, que uno las ve traducidas premiadas, que viajan todo el tiempo, hay bastante interés con Damiela Eltit, que también hace tiempo genera interés al punto en que ella vive la mitad del tiempo en Chile y la otra mitad en Estados Unidos. Sus libros han cruzado la frontera. Hay bastante curiosidad por las escritoras chilenas. Uno está buscando, pensando formulas distintas y también han demostrado tener esa capacidad de reconocer su tradición, el himno ha sido generar la cadena, avanzar con la cadena pero sin romper los eslabones, y yendo hacia atrás, una de esas también precursoras es la Isidora Aguirre.
Hay un rasgo interesante porque muchos de estas nuevas visibilización del trabajo de la mujer en la literatura también tiene que ver con la investigación, como recomponer esos trazos de la memoria hacia atrás que han estado escondidas y en el teatro también pasa lo mismo se está investigando mucho más ahora.
También generar eso, ese vínculo, porque una obra dramática, como tiene puestas en escenas como específicas o una obra literaria, si no hay un crítico, un ensayista que la lea, no se genera un diálogo de los tiempos. Es importante generar diálogos, entre los estudios, lo que hacen un poco los ensayistas, los académicos, los críticos, incluso los lectores. Hoy en día que un lector puede escribir su blog o una impresión de un libro, pero ese diálogo se está activando. También es importante que nadie partió de cero. Lo importante es conocer la tradición que yo también veo en las dramaturgas que hay apuestas distintas, las veo bien poderosas. Pienso en estas artistas medias umbrales, en el caso de Manuela Infante, cómo inaugura un modo nunca antes visto como se podía pensar la dramaturgia y el espectáculo teatral. Muy distinto lo que hace Carla Zúñiga, Isidora Stevenson, en dirección a Aliocha de la Sotta, veo también lenguajes como maduros que se han ido sedimentando